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El animismo supone, además de otros conceptos, que hay un alma en todos los objetos, ya sean naturales o creados por el hombre. Eso implica que cada cosa debe ser respetada y cuidada –no es lo mismo tirar una piedra que estorba nuestro paso que apartarla del camino- y si se sigue ese precepto se da por descontado el respeto a los demás seres vivos. Si en cada objeto hay un alma entonces también hay una historia que contar y si miramos a nuestro alrededor podemos pensar lo mismo de cualquier simple transeúnte que camina de largo frente a nuestra casa. Tenemos muy claro que nosotros tenemos dentro nuestra propia historia, pero… ¿qué pasa entonces cuando ella se cruza con la de otros, casi sin sentido, y al cabo del tiempo parece ser que lo que dimos espiritualmente o lo que nos dieron explica ese sin sentido casual? Los protagonistas de An –Una pastelería en Tokio- parecen estar respondiendo esa pregunta o al menos preguntándosela a sí mismos.
Sentaro se levanta antes del amanecer y parte a su sencillo puesto donde hace y vende dorayakis, un dulce tradicional japonés relleno con aoki, que no es más que una pasta de judías rojas. Sus clientes son chicas de una escuela cercana y ocasionales vecinos del barrio. El negocio no es sinónimo de prosperidad y bullicio. Aun así, nunca descansa pues los dulces llevan su tiempo y lo hace todo a solas, día tras día, con un aire más de esclavo de su sino que de optimista y satisfecho emprendedor. El exceso de esfuerzo y la rutinaria soledad lo hace colocar un cartel pidiendo un ayudante, aunque no puede pagar mucho. Una voz añeja lo interrumpe cuando está fregando sus calderas:
– Dice que se buscan trabajadores ¿Es cierto que no hay límite de edad?
Tokue, una anciana de 76 años, está interesada en el trabajo y su interés responde más a una realización espiritual que a necesidad económica. “Siempre he querido trabajar de esto.” Sentaro muy amablemente la rechaza, a pesar que ella trabajaría por la mitad que él pensaba pagar, y le regala un dulce como disculpa suspendida. “¿Sabes quién sembró ese cerezo?” pregunta la anciana por el árbol que tiene delante y él le responde que no nació en ese barrio, que no lo sabe. El cerezo solo ha traído algún que otro molesto pétalo a sus dulces, no lo ha mirado nunca de ninguna otra manera. Sin embargo ella le habla y lo saluda con alegría y respeto. «Volveré luego”, dice ella, y se va. Todo esto lo ha visto Wakana, una adolescente asidua cliente y amiga del lugar.
“Volveré luego”, dijo. Y volvió e insistió en trabajar y otra vez Sentaro la rechaza. Le dice que si es por sus manos, está dispuesta a trabajar ya no por la mitad, sino por un tercio de lo que ofrece: los dedos de la abuela están tullidos. Él se disculpa, le dice que no es por su discapacidad sino porque sería muy duro para ella. La ancianita le dice que probó su dorayaki, que la tortita que lo envuelve es muy buena pero que el anko de relleno no lo es, que ella lleva 50 años haciéndolo y hay que ponerle mucho sentimiento para tener éxito. Le deja una muestra del que ella hace en una vasijita plástica y se va. Luego, a solas, Sentaro lo prueba y queda sorprendido. El suyo, al lado de ese aroma y sabor, es una mierda.
Decide contratar a Tokue y cuando le anuncia su decisión la ancianita llora emocionada. Le anota nombre y dirección en un papel, hacen los ajustes necesarios y comienzan juntos al otro día, muy temprano. Empiezan antes de que salga el Sol y terminan de preparar el anko sobre las 11 de la mañana. En ese tiempo ella escuchó y le habló a las judías, hospedándolas primero y dándoles tiempo para que conozcan el dulzor después, como acomodándolas al nuevo escenario, igual que una pareja en su primera cita, dice. Al final, cuando prueban la combinación que han hecho, ella con sus pasta y él con sus tortitas, Sentaro confiesa que por fin encuentra un dorayaki que puede comer. Nunca ha comido uno entero, no le gusta el dulce. Tokue no entiende porque renta un lugar así y porque vende dorayakis si no le gustan los dulces. Así transcurre el primer día y al levantar la cortina de su puesto la siguiente jornada, ocurre lo inesperado: hay cola de vecinos del barrio esperando que comience la venta y venden como nunca y las escandalosas colegialas reparan en que Sentaro sonríe. Él, que es un hombre de cara triste, sonríe.
Cuando Tokue hace rato se ha marchado, la noche ha caído y Sentaro da los toques finales a la jornada fregando y ordenando, llega la dueña del puesto, la verdadera dueña del local. Y viene porque ha escuchado rumores y no precisamente de la súbita prosperidad sino de la señora que ha sido empleada que dicen padece la enfermedad de Hansen: los dedos tullidos de Tokue son efectos de la lepra. La confirmación está en que la dirección que dejó es la de un centro de reclusión de enfermos.
La Ley de Cuarentena de Leprosos fue derogada en Japón en 1996, hasta ese año todo los que padecían en menor o mayor grado la lepra eran apartados de la sociedad y se les temía pues en algunos casos perdían pies, manos o nariz y quedaban deformados por lo que el miedo a contagiarse pasaba también por una impresión física. Padecían la exclusión total. Eran separados a lugares donde ellos mismos tenían que hacerse todo pues los sanos no querían atenderlos, entonces estaban obligados a crear un micromundo. Los 50 años que Tokue dijo llevaba haciendo anko habían transcurrido en un lugar así, por eso lloró cuando supo podía trabajar con Sentaro, porque por primera vez en su vida podía hacer algo para los demás, para la misma sociedad que la había segregado y que padecía aún el mismo mal del miedo al diferente. Y ese mal volverá a surgir cuando la dueña del negocio le exige a Sentaro que la despida y él, aunque está en desacuerdo, tiene que hacerlo. Pero le falta valor ante la dedicación y entrega de Tokue y no se atreve pero los vecinos sí se atreven a dejar de comprarle y sin que medie palabra ella se marcha un día para no volver jamás cuando internamente lo ha comprendido todo. «Solo le dije a una persona sobre los dedos de Tokue.» – le confiesa después Wakana a Sentaro. «¿A quién?» «A mi madre.» «La velocidad de los rumores da miedo.» – concluye él.
A esto le sigue un intercambio de cartas entre Tokue y Sentaro donde se confiesan cosas que no se dicen cuando él va a visitarla al lugar que ha sido su casa la vida entera, acompañado de Wakana. Lo escrito supera en confidencialidad el cara a cara y es cuando se revelan completamente las historias de estos dos seres humanos que se han vinculado por muy poco tiempo pero que tanto tienen en común a nivel emocional o para decirlo mejor: a nivel de memoria emocional. A pesar del uso de símbolos recurrentes, como el pájaro enjaulado que queda en libertad, el humanismo que desprende esta película que no acude al Tokio industrializado que parece otro planeta sino a espacios más íntimos que nos son más cotidianos es delicadamente profundo. Se me antoja el símil con esa escena que hemos visto millones de veces repetidas en filmes-basura donde el bueno, agonizando, logra encajarle al malo –o hacerle tragar si es un monstruo- una bomba que hace lo que no hace todo un ejército y al final una inmensa explosión resulta y resuelve. El cine japonés es muchas veces así: sin un gran despliegue logra ponerte a pensar filosóficamente por varios días.
El estar libre o encerrado es un concepto más mental que físico, el ser esclavo también. Que todo lo que sabemos, aún lo más sencillo, sea brindado con humildad y desprendimiento porque eso que nos puede parecer simple puede cambiarle la vida al otro aunque nos parezca imposible pero la historia que ese lleva dentro y no conocemos puede estar necesitando precisa o desesperadamente nuestro gesto. Estemos dispuestos a escuchar, no solo a los demás, sino a los árboles, al viento, al Sol, a la Luna, al agua del río o al oleaje violento o susurrante del mar. Escuchándolos aprendemos, respetamos y amamos. Damos significado, nos damos significado, encontramos y somos encontrados. Más o menos de eso va An –Una pastelería en Tokio-.
An (Una pastelería en Tokio) – Japón – 2015
Dirección y guión: Naomi Kawase
Protagonistas: Kirin Kiki – Tokue
Masatoshi Nagase – Sentaro
Kyara Uchida – Wakana
Etsuko Ichihara – Yoshiko
Miyoko Asada – Dueña del puesto de dorayakis
Miki Mizuno – Madre de Wakana
Camarero, tu post me ha hecho recordar muchos momentos de mi vida.
A veces pienso que esos entrecruzamientos realmente casuales de historias y seres, forman parte del llamado realismo mágico, y en una isla larga y flaca como Cuba se dan mucho más, porque hay lugares de paso obligado para muchos.
Lo que en una novela o película se fuerza para entrelazar historias, ocurre en nuestro día a día todo el tiempo. Por eso la importancia de escuchar a los demás.
A veces el problema o alegría de otro, que puede parecer insignificante, superficial o ridículo, es un mundo para esa persona. Es su mundo, su problema u orgullo.
Igualmente, por pequeña que sea tu pena o alegría, es TU pena,TU gozo,TU vida.
Nadie tiene el derecho de decirte que «eso no es nada», «yo lo pasé peor», etc.
En una ocasión mi propia vida atravesaba un momento de crisis tremendo, de derrumbe de paradigmas, de conflictos muy serios entre el romanticismo que heredé y la porquería enquistada que a veces nos rodea. Para colmo recientemente había muerto un ser querido, me iba mal en los estudios, en novias, en casi todo,
no sé si unas cosas eran causas y otras resultado, o a la inversa, o todo de vez.
Tras leer a Nietzche me he dado cuenta que muchas veces invertimos ese punto.
Confundimos las causas con los efectos y no entendemos lo que nos pasa.
En fin, en uno de esos días aciagos, fui a coger una guagua ya de noche para la beca de la universidad. Entonces paraban junto a un agromercado. Mientras esperaba, de entre los canteros salió un negro viejo, con unos cucuruchos de maní que vendía (entonces había muy pocos vendedores callejeros, pero lo que vendían estaba mejor y más barato) y sin que yo dijera una palabra, parece adivinó por mi rostro o expresión extraverbal, el dolor y preocupaciones que yo encerraba, y me tendió un cucurucho al tiempo que decía:
«Muchacho, de lo que hoy te preocupa mañana te reirás. Y si eso es lo que quieren, es lo que van a tener». A decir verdad, exhalaba un cierto olor a alcohol.
Yo busqué en mi bolsillo a ver si tenía un peso para pagarle el cucurucho, que por cierto sabía a gloria, pero no quiso aceptarlo. Aunque la segunda frase era el estribillo de una canción de Vico C de moda entonces, y podía ser un borracho que dijera una frase al azar, el consejo me vino de perillas. Respiré hondo, mandé muchas de mis preocupaciones y gentes al diablo y seguí. Seguí mi vida.
Dijo monseñor Carlos M. de Céspedes que los milagros lo son en primer lugar no por revestir una apariencia llamativa y sobrenatural, sino por el momento exacto en que ocurren. No soy cristiano. Pero en aquel momento de mi temprana juventud, en un momento durísimo, casi que fue un milagro. Es como esas canciones de tipo comercial, que sin embargo para unos enamorados son su canción los describen.
Hoy día sonrío algo, mezcla de nostalgia e indulgencia, de mis preocupaciones de entonces. No me arrepiento de nada. Y de quienes me hicieron la vida un poco más difícil, no vale la pena hablar de ellos, pero tampoco es conveniente olvidarlo.
Para mí el perdón, o la ausencia de resentimiento, llega luego de saldar o burlarse de las afrentas, lo otro es impunidad y propiciar que le ocurra luego a otro.
¿Quien no ha necesitado alguna vez de esa chispa, esa mano, ese consejo..?
Todos los seres humanos necesitamos alguna vez reconocimiento, consuelo, halago, o simplemente alguien que nos escuche, por duros y autosuficientes que podamos ser. Somos seres gregarios, vivimos en grupos. Nos necesitamos.
Por eso, mire ahora mismo a quien tiene al lado. Es una persona también.
Imagínela desnuda si es una mujer atractiva, o vestido de payaso si es el jefe.
O si sus gustos son otros, vístala de payasa y desnúdelo. Haga como prefiera.
Pero piense que con un simple gesto, puede hacer mucho mejor el día de todos.
Hágalo porque sí, porque se sienta bien haciendo el bien, no esperando nada a cambio (excepto decirse a sí mismo que es buena persona. por cierto, dicen que Hitler era muy educado y cortés en privado), pero siéntase parte de su entorno.
No porque exista un alma en cada cosa, sino porque todas las cosas son una con usted. Como dijo silvio en la canción ‘me acosa el carapálida’ (la recomiendo de verdad) yo soy mi agua, mi tierra, mi fuego. Los otros también lo son.
En fin, esta rara reflexión sin orden preconcebido, es para agradecer a aquel viejo vendedor de maní, como el pastelero de la película. También aquel hombre tenía las manos tullidas, quién sabe si por torturas de esbirros batistianos como un vendedor de raspaduras de la misma ciudad, o por un accidente laboral.
Ojalá hoy, que fantito se ha hecho elefante, pudiera agradecerle en persona.
En cambio, se lo agradezco a las demás personas, también así llegará a él.
ya decía yo que el cine japonés sugiere mucho con poco… te digo algo, las religiones tienen una base espiritual que no debe ser desdeñada ni desconocida… cuando era un adolescente y cuba era un país algo diferente, mi sueño era tener una biblia y leerla… era complicado conseguir una biblia, hoy, afortunadamente, no es así… cuando regresé de una escuela al campo de secundaria básica el regalo de mis padres era una biblia…
hay dos pensamientos eminentemente cristianos que me hacen pensar mucho… uno es que los caminos o las vías o los modos en que dios se nos manifiesta en actos muchas veces nos son incomprensibles instantáneamente… las entendemos mucho después… y la otra es que dios pone en boca de otros seres humanos lo que quiere decirnos, nos habla por la boca de los otros, que no tienen que estar hablando precisamente con nosotros, pero lo que dicen dios los pone en su boca para nosotros…
en esta película lo que impacta en la vida de sentaro es lo que aprende de tokue en el sentido espiritual y en el sentido práctico además, como si todo ese tiempo que ella estuvo encerrada perfeccionando el hacer el anko fuera para que siendo ya anciana se lo enseñara a sentaro… el por qué de esa importancia no lo voy a contar porque quizás hay quién busca el filme y quiere no saber…además, no me gusta contar películas, cuento lo que siento cuando las veo, que no es lo mismo…
gracias por llegar y por tomarte todo ese tiempo escribiendo un comentario tan largo para mi blog…