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Guerrilla Santaclareña: las malas compañías.

15 miércoles Nov 2017

Posted by camarero in me pasó

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abel santamaría, amistad, che guevara, el vaquerito, guerrilla de amigos, parque el carmen, parque leoncio vidal, parrandas, roberto rodríguez fernández, san juan de los remedios, san salvador, santa clara, tren blindado, villa clara, virgen del carmen

La semana pasada tuve la visita de nuestro grupo de blogueros viajantes que llegaron y se fueron progresivamente entre miércoles y lunes. Vinieron a conocer Santa Clara y lo que fuese posible de un poquito más allá. Planifiqué un programa modesto y concreto para que en tres días pasaran por lugares diferentes. Lamentando ausencias y alegrándome por quienes sí vinieron, fue este el recorrido que ejecutamos.

Mis amigos son unos atorrantes, se exhiben sin pudor, beben a morro,
se pasan las consignas por el forro y se mofan de cuestiones importantes.

El jueves estuvimos rondando el parque Leoncio Vidal y su entorno. Conocieron la única plaza de cabecera provincial atacada por fuerzas insurgentes en la Guerra de los Diez Años, la Guerra del ’95 y la gesta final en 1958. Se familiarizaron con sus peculiares monumentos, que van de la fuente del Niño de la Bota Infortunada a la farola con el hoyo de un disparo español en el sitio que marca el lugar donde cayó el coronel mambí que le da nombre al espacio urbano. Entramos a la Biblioteca Provincial José Martí para ver la sala donde sesionaba el Gobierno Provincial republicano y supieron de los edificios principales que rodean el lugar.

Mis amigos son unos sinvergüenzas que palpan a las damas el trasero,
que hacen en los lavabos agujeros y les echan a patadas de las fiestas.

Luego fuimos a El Carmen, parque que marca el momento fundacional de la ciudad mediante misa a la sombra del modesto tamarindo el 15 de julio de 1689. Allí está la iglesia con sus visibles retoques de tres siglos que fue cárcel de mujeres villaclareñas en el XIX y la espiral de dieciocho columnas que representa a las familias remedianas originarias con sus impresionantes impactos de bala de la toma a la estación de policía en diciembre de 1958. De ahí, pasamos por el Tren Blindado, ese hierro vencido por la claridad como lo llamara Silvio Rodríguez en una de sus canciones.

Mis amigos son unos desahogados que orinan en mitad de la vereda,
contestan sin que nadie les pregunte y juegan a los chinos sin monedas.

Más tarde, nos atendieron amablemente en el Museo Provincial donde hicimos un recorrido por la historia de Villa Clara dentro de la historia de Cuba. Nos impresionó su rica colección que merece más atención para preservarla por parte del Estado. Para terminar les había preparado como sorpresa especial un breve encuentro con la hermana de El Vaquerito, que tuvo la delicadeza de aceptar vernos y dialogar sobre la breve vida de su hermano, ya acoté que antes estuvimos en parque de El Carmen donde cayera Roberto Rodríguez Fernández, el bravo capitán y jefe del Pelotón Suicida de la columna 8 Ciro Redondo.

Mi santa madre me lo decía: ¡Cuídate mucho, Julito, de las malas compañías!,
por eso es que a mis amigos los mido con vara rasa, los tengo muy escogidos
son lo mejor de cada casa.

El viernes lo empezamos poniendo las flores de los 39 nichos del Mausoleo que guarda los restos del Che Guevara y sus hermanos de guerrilla y visitamos el Museo aledaño relativo al Guerrillero Heroico. Luego visitamos el interesante proyecto Corazón Solidario del enfermero Víctor Cuevas, una especie de hospital de día para enfermos psiquiátricos por cuenta propia. Allí hicimos una modesta donación material de artículos de aseo y recibimos una extensa explicación de su origen y funcionamiento.

Mis amigos son unos malhechores, convictos de atrapar sueños al vuelo
que aplauden cuando el sol se trepa al cielo
y me abren su corazón como las flores.

La tarde fue para viajar hasta Encrucijada para ir al Museo Casa Natal de Abel Santamaría, el segundo jefe del asalto al Moncada del que recién se celebró su 90 natalicio. Teníamos dos viajes planificados en un transporte que al final no pudo ser, entonces gracias a que Enrique Luis, integrante agramontino del grupo, pagó la mitad de este pudimos viajar dos veces fuera de la cabecera en camiones de alquiler. Ese es un gesto de desinterés que no puedo dejar de mencionar aunque de antemano sé que a él no le gustará que lo refleje.

Mis amigos son sueños imprevistos que buscan sus piedras filosofales
rondando por sórdidos arrabales donde bajan los dioses sin ser vistos.

El sábado fue la otra travesía: el destino fue San Juan de los Remedios, la Octava de Cuba, como la bautizara Eusebio Leal en su 500 aniversario. Reinaldo, el conservador de la ciudad, nos mostró el interior de la Parroquial Mayor y nos llevó al Museo de las Parrandas, donde está el testimonio de esas fiestas en que se retan los barrios de El Carmen y San Salvador cada 24 de diciembre. Allí disfrutamos de la controversia fraterna y eterna entre las que cuidan el Museo, que está en San Salvador, pero entre sus trabajadoras hay fervientes simpatizantes del bando carmelita. Este fue el final de este sencillo periplo por mi ciudad y dos de sus municipios. Hicimos el cierre en el restaurante El Internacional que los tres días nos garantizó muy buen almuerzo.

Como anfitrión y coordinador quedé inconforme.  Es inevitable que algo salga mal pero ellos no se lo merecen y eso da muy mal sabor. Hubiese querido darles mejores condiciones de alojamiento, transporte y alimentación pero desde mi condición de simple ciudadano es muy difícil lograrlo. Hice todo lo que pude para que lo que de mí dependiera quedase bien. El fallo del transporte un día antes y el clima de lluvia intermitente nos apartó de la Universidad Central, El Mejunje y la Loma del Capiro, lugares que fue imposible concretar. Les agradezco su confianza por haber viajado la mayoría desde muy lejos esperando que valiese la pena. Quiero pensar que lo que vieron, las personas que conocieron y las pequeñas singularidades locales que compartieron los hayan hecho regresar a casa con algo que contar a los que aman. ¡Gracias a todos por su compañía!

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Mis amigos son gente cumplidora que acude cuando saben que yo espero,
si les roza la muerte, disimulan, que pa’ ellos la amistad es lo primero.

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27 domingo Nov 2016

Posted by camarero in un jazmín en el café

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amistad, amor, caballo, instinto salvaje, jazmín, jorocón, ternura

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A caballo mi beso / a caballo de la primavera

Silvio Rodríguez

Eran tres o cuatro hembras preñadas casi al mismo tiempo. Una de ellas, particularmente hermosa, se distinguía fácilmente por una singular mancha en su pecho que, a los ojos de todos, simulaba un par de alas. Era una sangre fría que había sido montada por un sangre caliente, se esperaba entonces una cría tranquila y dócil como su madre, ágil y ligera como su padre. Fueron 11 meses de cuidados exclusivos en los que hubo mucha especulación y futuros sueños.

Él resultó ser un sangre tibia por el cruzamiento genético, pero sin dudas, desde su primer contacto con el medio exterior, se acercaba más al comportamiento de su padre. No hubo equilibrio, su temperamento es lo más cercano posible a un sangre caliente, aunque no lo es. Hacía más de dos años que no lo besaba, que no lo acariciaba ni apoyaba mi cabeza en la suya. Más de dos años sin nuestros coqueteos habituales, sin nuestro acicalamiento mutuo y sin sentir su furia entre mis muslos. Meses atrás había estado enfermo y no pude estar a su lado, otros lo atendieron y lo cuidaron por mí. Decían que era tristeza.

Esa mañana estaba decidida a darle y darme la paz que ambos necesitábamos. Me acerqué a sus dominios lentamente. Pensaba en si al verme me reconocería.  Confieso que tuve miedo de que no se acordara de mí al cabo de tanto tiempo sin el más mínimo roce. Los planes eran única y exclusivamente caminar a su lado, respirar el mismo aire, susurrarnos, cruzar nuestras miradas, sentir sus pasos firmes destrozando el suelo bajo sus pisadas. Devolvernos todo, o casi todo, lo que habíamos perdido.

Nos divisamos de lejos. Lo que sentí en mi corazón al verlo sé que fue exactamente lo mismo que él sintió. Su fuerte instinto lo hizo acercarse a mí con la velocidad de un rayo, la distancia que parecía bastante se convirtió en nada en cuestiones de segundos. Por un momento me asusté pues me vi indefensa ante todo su arsenal. Se acercó y se alejó nuevamente a la velocidad de la luz. Lo perdí de vista, mi mirada buscaba ansiosa en la inmensidad pero no alcanzaba a encontrarlo. Llegué a pensar que eso sería todo,  que no volvería hacia mí. De repente y desde otra dirección,  escuché el sonido seco de sus cascos y al voltearme lo vi que se acercaba a toda máquina dejando tras su paso, en el aire, los trozos de pasto arrancados con furia en su potente pisada. ¡Yo sonreía, y él también! Así estuvo un buen rato, no se concentraba, como un bólido iba y volvía. Era, sin dudas, su manera de expresar la felicidad que sentía al verme, la misma que  yo estaba sintiendo y que ambos disfrutábamos a la par, cada uno a su manera. Le hablaba, le decía mi niño, mi rey y él me respondía con relinchos de varios tonos. Me reía a carcajadas. Caminamos juntos durante casi media hora en ese ir y venir suyo, manteniendo por minutos su paso a mi lado y devolviéndome las mismas caricias y gestos de hacía dos años atrás. Me di cuenta que él quería mucho más que eso, pero no me sentía en condiciones para cumplir sus expectativas que, sin dudas, eran muy superiores a las mías.

Al día siguiente, salí a su encuentro brida en mano. Yo sabía que eso era lo que él quería desde el día anterior. En cuanto me vio se acercó, resoplaba muy fuerte y movía a un lado y a otro su cabeza. Sabía lo que yo tenía en la mano, sabía que era para él, adivinaba lo que sucedería en los próximos minutos. Sin la menor resistencia me  dejó colocársela. La brida representa una acción poderosa para él. Pero no sucedió lo que mi amigo esperaba, salí caminando y él detrás de mí, protestando en su lenguaje. Fue increíble verlo y sentirlo molesto porque lo que quería realmente era que yo lo montara. Me sentía insegura, no estaba convencida de poder hacerlo y él me convenció. No paraba de resoplar, me alaba la mano, subía y bajaba la cabeza, relinchaba sin parar. Yo riendo y disfrutando, sabía que él no deseaba pasear tranquilamente, deseaba y necesitaba sentirme en su lomo como antes. No le puse silla, bastó un paño de lana entre su piel y la mía.

Apenas lo coloqué, se quedó quieto, casi inmóvil… ¡fue increíble! Sin embargo, cuando me supo en su lomo fue como si toda la adrenalina del universo se vertiera en su torrente sanguíneo. Pero su marcha, que en un principio fue loca y desenfrenada, se fue volviendo un galope sereno, pausado, que poco a poco se redujo a trote. Ambos nos disfrutamos, nos devolvimos lo que una vez se truncó. Los dos sabíamos, en ese preciso instante, que la vida volvía a ser bien simple y que toda la paz del mundo nos pertenecía con su lomo entre mis piernas.

-*escrito por Jazbell*-

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