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El Café de Nicanor

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Una historia de gigantes y abuelitas – 4 y final

25 martes Oct 2011

Posted by camarero in emborronando

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abuelas, gigantes, la hedonista, niños

Ciertamente era una casa muy grande. Empezó a rodearla, mirando a las ventanas para ver si veía a alguien cuando se encontró con un camino de losas rojas que llevaba a una calle que estaba del otro lado. Por eso es que desde su casa el Castillito parecía puesto con la mano, porque la entrada estaba, sencillamente, del otro lado. De pronto, sintió un sonido de tijeras y descubrió a un jardinero que podaba un arbolito. Antes que tuviese tiempo de preguntarle cómo se las arreglaba para mantener toda la hierba que llegaba hasta su casa tan bien podada que esta nunca crecía, el hombre la vio, le sonrió, y le preguntó:

– ¡Hola, nena! ¿Estás perdida? ¿Buscas a Abel y Tomás? Ellos no están.
– ¡Así que Abel y Tomás! –pensó Ana, pero no quiso revelar que ella sabía muy bien que ellos no se llamaban así, porque si alguien lo sabe todo, son las abuelas. Y decidió continuar la conversación como si nada.
– ¿Sabe Ud cuándo regresan ellos? – preguntó en cambio.
– Regresan hoy mismo, pero tarde. Fueron a buscar a su abuelita que llega hoy a la estación de tren. Iban muy contentos porque hace dos años que no la ven. – respondió el jardinero.

Esta vez no había balance ni puré, pero Ana abrió los ojos y la boca de felicidad, inesperadamante toda su preocupación se había resuelto y de la mejor manera posible.

– Gracias – dijo amablemente y regresó, esta vez en sentido contrario, de donde el campo acaba a donde empieza la ciudad.

Esa tarde, cuando su abuela le daba la comida y le hacía un cuento que volvería a quedar inconcluso para el puré del día siguiente, Ana sabía que en el Castillito una abuela gigante al mismo tiempo le contaba a sus nietos otras historias, les explicaba qué estaba mal y qué estaba bien, dormía con ellos en su cuarto y ellos no tendrían que salir a buscar metales o robar comida para llenarse bien porque no es lo mismo comer solo que con abuelita. Y en ese sublime instante en que le daban la papa, fue una niña con esa inmensa felicidad, secreta y compartida, que recordará ya para siempre, aún cuando sea mayor y esté muy lejos.

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Una historia de gigantes y abuelitas – 3

24 lunes Oct 2011

Posted by camarero in emborronando

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abuelas, gigantes, la hedonista, niños

Al otro día, Ana se levantó y abrió rápidamente su ventana y sonrió satisfecha. ¡Su plan, había funcionado a la perfección! La moneda ya no estaba allí, pero su columpio estaba intocable y seguía anclado al piso. Y durante toda esa semana no tuvo contratiempos para llevarlo adelante pues su mamá le regalaba una peseta de mucho dinero todas las mañanas y ella la ponía en el bolsillo de su bata para usarla por la tarde, luego de la comida. Es verdad que se parecía mucho a la peseta de mucho dinero del día del día anterior, pero quién sabe, su mamá a lo mejor tenía muchas y ella no pedía demasiado tampoco, con una sola diaria le bastaba. Todo iba bien hasta que una tarde, en medio de la comida balanceante, pensó que quizás lo que pasaba era que Tragametales y Barrilsinfondo no tenían abuelita que les diera la comida y por eso uno siempre tenía hambre, porque no es lo mismo comer solo que con la abuelita. Además, como Tragametales era hermano de Barrilsinfondo le tocaba la misma abuelita, entonces tampoco tenía quién le explicara dulcemente qué se puede hacer y qué no y sin pensar, seguramente se comió el columpio que les correspondía.

Entonces Ana no supo qué hacer. Ella les hubiese regalado con gusto el suyo para que ellos fueran también felices aparte de gigantes, pero ella no podía desprenderlo del piso. Además, aunque nunca los había visto, no iban a caber en él, porque si su papá ya no cabe, menos cabrían ellos que son dos y son gigantes. Pensó que quizás les podría prestar cada tarde a su abuelita, pero ella camina muy despacito y no iba a tener tiempo de ir y regresar y ella se moriría de hambre esperando para comer, porque los platos de aquellos deben ser platos muy grandes y habrá que hacerles también cuentos muy grandes y todo eso demoraría mucho y cuando su abuelita regresara ella ya estaría dormida sin su beso de buenas noches, sin comer y sin historia.

Entonces Ana se acordó de Tonito. Él es un niño que vive al doblar la esquina y no tiene abuelita, vive solo con su mamá. Antes, Tonito no tenía amigos, era un niño triste al que ella veía detrás de la reja de su ventana al pasar por la acera cuando su abuelita la llevaba al parque. Un día, Ana lo invitó a ir con ellas, su mamá lo permitió, y en el parque estaban Pedri, Osvaldito y Susana y han jugado tanto desde entonces que ahora Tonito es un niño normal que ríe, salta y corre.

Lo que podría pasar si un gigante ríe, salta o corre ella no lo tenía muy claro, pero pensó que si iba al Castillito y los invitaba al parque, quizás ellos podrían estar felices sin abuelita propia, como era Tonito, que iba al parque y era feliz de mano de otra abuelita. Fue entonces al final de su calle y enrumbó por el campo de la hierba siempre podada y las mariposas que rodean la ciudad y se acercó a la casona de la loma.

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Una historia de gigantes y abuelitas – 2

18 martes Oct 2011

Posted by camarero in emborronando

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abuelas, gigantes, la hedonista, niños

Una vez, su abuelita le habló de los gigantes del Castillito. Así habían bautizado los niños a una casona que se veía en la distancia en la punta de una loma. Parecía como puesta con la mano, ningún camino ni calle llevaba a ella, solamente un prado de una yerba que parecía cortada por algún jardinero clandestino pues nunca crecía y siempre estaba verde y brillante. Los niños no iban nunca allá pero se sentían realmente intrigados por aquella extraña construcción que cerraba el paisaje con dos pisos y terrazas, y muchas ventanas y portales. Se mantenía, eso sí, muy bien cuidada y pintada. De noche se veían luces que proyectaban desde el interior dos sombras inmensas contra las cortinas. Allí vivía alguien ya juzgar por las sombras, era gente muy grande.

Supo entonces, en medio de un puré de malanga y pedacitos de carne con platanito, que se trataba de Tragametales y Barrilsinfondo. Tragametales no comía puré de de malanga como ella, sino metales de todo tipo y su preferidas eran las monedas que saboreaba como los niños saborean los chocolates. Barrilsinfondo, por el contrario, comía lo mismo que comen todos los niños, pero no se llenaba nunca y siempre tenía hambre. Aunque eran gigantes, eran buenos, según explicaba la abuela, simplemente, a uno le gustaba comer metales y tenía debilidad por las monedas y el otro era un glotón que nunca se llenaba, así que a veces venían al pueblo, escondidos y metían una mano por una ventana y le robaban a los niños la comida y las monedas, pero nunca hacían mal a nadie. Era más bien un problema de vicio incontrolado.

En este punto de la historia las manitos de Ana fueron rápidamente a sus bolsillos, buscando una peseta que su mamá le había regalado y que era mucho dinero, según le había dicho. Y casi terminaba su plato de puré cuando sintió lástima por Barrilsinfondo y le dejó una cucharadita. De pronto, una repentina preocupación brilló en su mente. Todavía no tenía como solucionar las ansias de Tragametales y no le preocupaba tanto su moneda, sino el columpio de hierro del portal, que no iba a poder meter para dentro de la casa en la noche y temía perderlo y estaba segura que aunque la peseta fuese mucho dinero, no le iba a alcanzar para comprar otro. Además, nunca había visto uno igual en ninguna tienda disponible para ser comprado. Cuando la abuela fue a guardar la cucharadita de Barrilsinfondo y de paso fregar su plato, tomó una decisión muy práctica: le dejaría a Tragametales esa noche su peseta sobre el columpio y quizás como le gustaban tanto las monedas, no se lo comería. Eso implicaba conseguir otra peseta para la noche siguiente, pero eso lo pensaría al otro día, al menos esa noche, había encontrado un modo de salvar su tesoro que se balanceaba.

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Una historia de gigantes y abuelitas – 1

14 viernes Oct 2011

Posted by camarero in emborronando

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abuelitas, gigantes, la hedonista, niños

para Yesi, que me prestó la idea y su abuelita…

Ana vivía en el límite de la ciudad. Su barrio era una zona donde lo urbano iba convirtiéndose en rural poquito a poco. Al terminar su calle sin asfaltar, empezaba el verde y las mariposas del campo. Su cuadra era muy larga, con muchas casitas a ambos lados, todas con portal y techo de tejas, pero la suya era la única que tenía un columpio propio. Era de hierro y estaba anclado al piso. Cuando ella nació, ya el columpio estaba allí y Ana se preguntaba por qué estaba sembrado en el cemento. Su papá le había dicho que era para que no se lo robaran por la noche, pero ella sabía que no era cierto porque ninguno de sus amiguitos, a los que tanto les gustaba disfrutar en él, sería capaz de robarlo. Además, no podrían cargarlo porque era de hierro y debía pesar bastante ¿Y para qué quiere un adulto un columpio donde ya no cabe para columpiarse? Evidentemente, estaba fijo por alguna otra misteriosa razón, no tan importante como misteriosa.

Ella lo hubiese preferido más ligero y trasladable para llevarlo al parque o al medio de la calle o un poco más allá, donde el campo empieza, para poder tener otros lugares llenos de historias y de personajes que surgían de la imaginación de su abuela cuando le daba la comida. Para Ana, comer en el columpio era mucho más interesante que sentada a la mesa y se daba de rogar, para que su abuelita empezara a contar historias que le ponían los ojos abiertos y la boca también -esto último muy favorable para su abuela, obviamente-. Y muchas veces, un cuento se quedaba por la mitad, como las mil y una cenas, para seguir al otro día cuando otro quedaba entonces a medias y así, interminablemente, de comida en comida.

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