A las niñas Jazbell y Claudia, con todo mi amor
Claudia tiene seis años. A cambio del primer diente que se le cae en su vida un ratón de campo que vino a la ciudad navegando por el río en un cascarón de huevo le trajo en su mochila una chambelona de colores, una pluma de gallo y un lindo collar de las más rojas y negras peonías. A cambio del segundo diente que se le cae en su vida el ratón Nando, que ella conoció en el libro Panchi y el ratón astronauta del matancero Néster Núñez, le bajó del espacio un pedazo del queso jamás visto en la Tierra envuelto en una Luna de papel.
Le muestra a su primo Dayron el resultado de poner el diente que se cae debajo de la almohada. A él le encantan los regalos y tiene cuatro años pero no tiene dientes flojos. Tantean infructuosamente y ni modo, ninguno se mueve todavía.
– ¿Y cuando tú crees que se me caiga un diente a mí? – pregunta Dayron.
Clau, partiendo de su propia experiencia, usa un elemento que sirve para medir las diferentes etapas de la infancia, como si fuera mucho el tiempo entre una y otra y alta la meta a alcanzar:
– ¡Uf! ¡Tienes que aprender a leer y a escribir!
Al vuelo Dayron tiene una idea genial que puede acelerar mágicamente el desprendimiento añorado:
– ¡Entonces enséñame! – y le brillan los ojos.