Estoy muriendo… / Liudmila Quincoses
31 viernes Ene 2014
Posted poesía
in31 viernes Ene 2014
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in16 jueves May 2013
Posted un jazmín en el café
inPor Jazbell y camarero
Era un majestuoso edificio. Estaba situado en la parte más populosa de la ciudad, rodeado de avenidas muy congestionadas por el tráfico. Lo conformaban seis lujosos apartamentos en cada uno de sus veinte niveles que ya eran pura agitación antes que el sol se enseñoreara de todos los rincones. Sin embargo los inquilinos del piso dieciocho estaban muy callados y expectantes ante la terrible noticia de aquella mañana: el doctor Agustín había sido estrangulado. Nadie había entrado en la casa y aunque dormía con el balcón abierto era tanta la altura que no era de suponer sirviese de entrada al asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen y estaba desorientada ante la falta de evidencia cuando la esposa y la criada de la víctima acudieron despavoridas a la jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado y después había huido por la habitación una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado, encerrada bajo llave. Llenos de temor acudieron un detective y el juez.
Como en todos los casos de criminal atrapado entre cuatro paredes la intención era capturarla con vida. Ya tenían la descripción: era del sexo femenino con uñas pintadas en rojo, zurda, piel blanca y estatura normal tomada de la punta del dedo medio a un tramo por encima de la muñeca por donde conservaba pedazos salientes de húmero y radio. La última vez fue vista metiéndose bajo la cama. No tenían muy claro que tan peligrosa podía ser pero era evidente que al menos ya se había cargado al viejo médico. Entraron y cerraron la puerta tras de sí esperando que entre ellos bastara para atraparla. Transcurrieron unos minutos de silencio y de pronto empezó a escucharse el ruido de aquellos dos, presumiblemente correteando en su captura. El juez logró sujetarla pero le soltó un pellizco que lo hizo desistir. Sin dudarlo el detective hizo lo que se hace en estos casos: pedir refuerzos, pues el sospechoso se resistía al arresto e intentaba la escapada. Algo molesta por la incapacidad de las autoridades para poner orden entró la criada y de un escobazo la espantó contra la pared donde aturdida le pusieron un grillete y le leyeron los derechos. Un hombre muy serio y de confianza que sabe lenguaje de señas fue llamado a la estación para ayudar al interrogatorio pues todo parece indicar que quién sabe escribir es su cómplice, la diestra, prófuga en el momento de redactar esta información.
22 lunes Oct 2012
Posted emborronando
inEsperó refugiado en la oscuridad del viejo edificio. Cuando iba a tomar el primer escalón la empujó contra el muro y le apretó la garganta mientras le encajó tres puñaladas. El agarre fue tan fuerte que ahogó al mismo tiempo los gritos y la vida en el hilo de la sorpresa. Cuando salió a la calle se encaró a diez pasos con el policía que como simple ciudadano regresaba a casa. Al ver la sangre que lo bañaba no dudó en desenfundar su arma. No se dijeron nada. Si la mano que sostenía la pistola temblaba la de aquel estaba firme y segura.
Me señaló enfurecido con su dedo, eso dijo después el pobre guardia reconstruyendo el hecho. No había conexión entre la mujer –una maestra primaria- y el asesino –un tranquilo dependiente del más lujoso casino de la ciudad- que recibió un contundente trío de balas. Cuando lo alcanzaron la segunda y la tercera ya los motivos del crimen se perdían en la ciénaga cruel de lo inexplicable: la primera le partió el corazón.
18 miércoles Jul 2012
Posted emborronando
inLe habían advertido que se mantuviera lejos de aquel borde donde algunos suicidas desaparecieron antes, pero ella siempre quiso saber. Se trataba más bien de un reto personal, una incompleta prueba de autoconocimiento. ¿Hasta qué punto tendría el valor de aproximarse?
Un atardecer logró escaparse de las miradas de otros y poco a poco fue avanzando hacia el límite. El viento se estiró en silbidos pero por encima de ellos se oía el tronar de su pequeño y curioso corazón. Asombrada, llegó al extremo, sonrió y abrió sus brazos al mundo. ¡Ahora sentía lo que habían sentido aquellos que se perdieron cuando estuvieron a una cuarta del respiro final! Vino entonces la nueva intriga por el más allá de ese instante de equilibrio en la frontera del abismo. ¿Qué piensa uno que va cayendo? ¿Qué teoría hilvanarán los que queden sobre su último segundo? ¿Qué tan distantes pueden ser esas ideas que nunca podrán confrontarse en el tiempo y el espacio? ¿En el recuerdo de quién quedará ella y cómo? ¿A quién evocará en el mínimo vuelo antes de tocar tierra y cambiar? ¿Por qué no morir ahora y sí después? Ante sus menudos pies estaba la línea divisoria e irremediablemente atraída decidió ir a dónde no hay retorno, no lo pensó dos veces y dio un saltito más.
El grito que hiela la sangre está ahora sentado en el filo esperando a que alguien la descubra en el fondo del cañón.
24 martes Ene 2012
Posted me pasó
inLa calle estaba oscura, mal iluminada por mustios faroles. Levanté una espada con ambas manos sobre mi cabeza y le fui encima con rabia e intención de partirla al medio. Una voz en off gritó: ¡COOOOOORTEN!. Entonces ella se lanzó al asfalto, muerta de risa, una risa que era incapaz de controlar. Pataleaba, se revolcaba ante mi ridiculez. Yo la tomé del brazo huesudo e intentaba levantarla diciéndole que nos fuéramos. Sacarla del piso era más un hecho de intención que un hecho posible pues el esqueleto era inmenso y de metal brillante y frío que relucía bajo las luces amarillas. Al fin, dejó de reírse de mí, se puso de pie y caminamos juntos. Su cadera quedaba a la altura de mi hombro y su mano se apoyaba tranquilamente en mi hombro derecho. Era un sentimiento pesado en la parte superior del cuerpo, sin embargo, yo lograba caminar bien, como si la mole fuera perceptible solo de la cintura hacia arriba. Podía sentir las piezas de su cuerpo por debajo de su manto. No estaba asustado, caminábamos como amigos. Llegamos a la esquina y tomamos la calle siguiente, pero vimos que un grupo de personas venía en nuestra dirección. ¡Espera, te reconocerán!, exclamó. Y tuvo una idea. Se quitó su manto negro y áspero y me lo colocó a mí. Por supuesto, yo quedaba chico dentro de tanto espacio, y no veía nada al principio pues aún me lo estaba acomodando. Sentía sus dedos largos y duros extendiendo su tiniebla sobre mí. Quedó entonces mi cabeza como la suya cuando ella lo lleva, bajo una capucha de sombras, y pude ver al grupo que se acercaba, pasaba por nuestro lado y no reparaba en nosotros dos. Su plan había funcionado. Volvió a reír aparatosamente y en medio de sus carcajadas desperté.