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No creo en ti, pero dudo a temporadas. Y no es precisamente porque me traigas un milagro o me toques en el hombro y al darme vuelta me tropiece contigo. Es que si reniego mil veces de tu mano de mierda que juega a las canicas con el universo te da entonces por jugarme la más pesada de las bromas. Y lo haces sin decir ni una palabra, como siempre. Irónico tú, escurridizo marionetista, bromista omnisciente.

Lo haces a fuerza de sensaciones internas y aunque me canse de escuchar mi sangre corriéndome por dentro tienes un modo muy especial de recordarme que fui barro en tu mano y lo único que necesito es que no lo olvides tú. Y no lo has olvidado, he sido yo el que sí lo ha hecho –o nunca lo ha entendido- y vienes entonces pedagógicamente a demostrarme qué se hace con la arcilla. Se apila, compacta, golpea, moldea, se destroza y vuelve a unir. Se mezcla con agua y se patea.

Y se trata todo el tiempo también de manos que me toquen. Quizás por eso te ríes, porque tú preparas el material y sabes que unas manos vendrán a replantearlo. Al fin y al cabo, sólo eres un dios, no una mujer y mi incredulidad e incomprensión terminan divirtiéndote.

Veremos hasta cuándo.