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El Café de Nicanor

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El Café de Nicanor

Publicaciones de la categoría: a mí me gustan

Hemingway y la irremediable cubanía

04 martes Sep 2012

Posted by camarero in a mí me gustan, pequeñas r(i)flexiones

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cuba, hemingway

Ernest Hemingway

Amo este país y me siento como en casa; y donde un hombre se siente como en casa, aparte del lugar donde nació, ese es el sitio a que estaba destinado

Ernest Hemingway

Un amigo me hizo llegar hace unos días un documental al estilo de los famosos programas de televisión española Callejeros Viajeros. Era sobre los atractivos del turismo de sol y playa en La Florida, Bahamas y las Antillas. Casi al empezar, sus presentadores afirman que visitarán la casa de Ernest Hemingway, donde vivió, trabajó y logró sus mejores novelas. Resulta que se referían a una residencia que tuvo en Cayo Hueso, Florida. Tratándose de una figura cumbre de la literatura universal, estadounidense por demás, no me pareció un gesto ingenuo o ignorante. Era un ejemplo de manipulación de la información sutilmente incluido en un video que vendía placeres de hospedaje, comida y bebida y junto con eso el que consume se traga también el hecho de que se ignore el estrecho vínculo que hubo entre Hemingway y Cuba que ni siquiera es mencionado.

El escritor llegó a nuestro país por primera vez en 1928. ¿Quién era en ese momento el futuro Premio Nobel de Literatura? En 1917, con solo 18 años, había abandonado la posibilidad de continuar estudios universitarios para trabajar como reportero en el Kansas City Star. Ese mismo año su país se involucra en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. No consigue alistarse como militar pero sí como conductor de ambulancia y desembarcó en Francia para luego dirigirse a territorio italiano en 1918. Allí, la artillería austriaca golpea su vehículo y en un acto heroico se echa al hombro un soldado convaleciente que llevaba en él. Con las piernas heridas y una rodilla rota avanzó hasta que el dolor lo hizo desfallecer. Este gesto le hizo ganar la Medalla de Plata al Valor. La intervención de la enfermera Agnes Von Kurowsky define que no pierda su pierna, pero si por un lado alivió el dolor físico, por el otro le causa una gran decepción amorosa que lo marcaría de por vida. Casado por segunda vez, con un hijo nacido y otro por venir, tres relatos y dos novelas publicadas llega a nuestro país cuando residía precisamente en esa casa de Cayo Hueso mencionada en el promocional. Le fascinaba el mar y las costas y hace una pequeña escala en La Habana. Poco después hace algunas exploraciones en la corriente del Golfo y comienza a interesarse por tener a la ciudad como centro de sus operaciones de pesca en aguas cercanas a nuestra plataforma.

Habitación del Hotel Ambos Mundos donde vivió y trabajó Ernest Hemingway por casi una década, hoy piso museable

Al menos el desengaño amoroso que sufrió luego de herido le sirvió como inspiración para su novela Adiós a las armas con base autobiográfica publicada en 1929 con gran éxito. Eso, junto a la atracción que sintió por España y un tercer hijo lo mantuvieron alejado de Cuba hasta 1932 en que decide instalarse en el Hotel Ambos Mundos en la Habana Vieja, en la esquina de Obispo y Mercaderes. Durante casi una década, este sería su hogar y lugar de trabajo, en una habitación con ventanas a ambas calles y al ángulo entre ellas, lo que le permitía admirar en cuadro panorámico la Catedral, los parques de la Avenida del Puerto, la entrada a la bahía, el Castillo de los Tres Reyes del Morro que la custodia, el Palacio de los Capitanes Generales y más allá el medieval Castillo de la Fuerza con su emblemática Giraldilla. Siguiendo sobre la calle Mercaderes los techos de tejas antecedían a la torre del Convento de San Francisco y como fondo de todo, del otro lado del canal, la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. En 1934 encarga en Nueva York un yate al que le hace algunas modificaciones y lo trae a Cuba bautizado como Pilar en honor a La Pilarica, Virgen de Zaragoza. Así empezarían sus aventuras pesqueras con el cubano  Carlos Gutiérrez como capitán.

En la habitación 511, que hoy puede ser visitada como museo, concibió tres novelas y diversas crónicas. Escribió Nadie muere nunca, su único cuento que transcurre en Cuba y se sirvió de amplias descripciones de la ciudad y su entorno que iba conociendo cada vez más para su novela Tener o no tener. Su experiencia como corresponsal de guerra en la Guerra Civil Española para la que parte en 1939 y su participación en las trincheras de la República le sirven de base para terminar y publicar la notable Por quién doblan las campanas. Es significativo que estuviese asentado aquí antes de marchar a España siendo nuestro país el que más voluntarios envió a ese conflicto en proporción a su población total. Pienso que un hombre como él, periodista e indagador social que cada vez escudriñaba más en la vida criolla, debe haber tenido algún vínculo con cubanos vinculados a sus mismos ideales, en La Habana o en las batallas peninsulares.

Yate Pilar en su ubicación actual en el Museo Finca Vigía

A su regreso se produce un hecho que puntea la relación de Hemingway con los más humildes aunque quizás en ese momento no pareciera trascendente para ninguno de los dos: Gregorio Fuentes sustituye a Carlos Gutiérrez en el patronaje del Pilar. Empezaba así una amistad que permitiría a generaciones posteriores entender mucho mejor al escritor y su amor por nuestra Patria. Juntos compartirían muchas aventuras de diverso tipo, Gregorio se ganó la confianza absoluta y más que un sirviente fue uno de sus más grandes amigos. Vivió más de 100 años y tuvo la oportunidad de contar cómo fue navegar tantas millas rompiendo olas con el Papa. Heredó el yate por voluntad de su dueño y pudo haber hecho con él lo que hubiese deseado pero había un pacto entre ellos: si uno moría, el otro no volvería a navegar en el Pilar. Solo una vez rompió esa promesa y fue en la última travesía desde un astillero donde fue reparado hasta su ubicación actual en Finca Vigía.

Hemingway muy bien acompañado en Finca Vigía

Cuentan que a regañadientes salió Hemingway del Ambos Mundos. Él quería mantenerse cerca de la vida mundana que tantos personajes y situaciones le ofrecía para escribir, pero a instancias de su tercera esposa, Martha Gelhorn, decide visitar dicha finca en las afueras de la ciudad. Ella quería salir del hotel y buscar una residencia definitiva y empujó a Hemingway a visitarla. Contrario a lo que él mismo esperaba, le gustó el lugar y finalmente lo compra para empezar a vivir allí en 1940. Los honorarios de Por quién doblan las campanas contribuyeron al hecho. Lo que pasaría en el alma de este escritor durante los próximos casi 20 años de estancia estable en aquel lugar es historia cierta que queda en aquellos que lo conocieron. Con la llegada del nuevo dueño se abrieron las puertas para todo aquel que necesitara algo, su anterior propietario las mantenía siempre encadenadas. Aún así, había reglas establecidas: no se podía matar ningún animal, cortar árboles o tirar piedras a las frutas. Ordenó construir un terreno de beisbol para los chicos del barrio y en la finca se podía jugar tenis, boxeo y utilizar la piscina, todo con orden y respeto pues en las mañanas no permitían que lo molestaran pues era su tiempo de creación. Aún así, la casa siempre tuvo sus puertas abiertas pues no había llaves.

Es este el período de su total encantamiento con la isla y su gente. No fue lo que llamamos un extranjero aplatanado, que es como definimos a aquel que llega a adaptarse tanto que casi se confunde con los nacionales apropiándose de manías y costumbres. Su vestuario era de bermudas, camisas, gorra y sandalias. Sus maneras las de un estadounidense que llegó a sentir aquí su hogar pero que no se transformó en su contacto con la gente común, que era con la que más compartía. Sus grandes pasiones fueron la pesca en alta mar y las peleas de gallos, acorde a sus gustos ricos en vivencias emocionales.

La miel de caña de azúcar mantiene al barco San Pascual sobre el cieno marino, cerca de Cayo Francés, al norte de la provincia de Villa Clara. Fue uno de los puntos de vigilancia de Ernest Hemingway y su tripulación cazasubmarinos durante la Segunda Guerra Mundial

Vuelve a involucrarse en conflictos armados, esta vez en la Segunda Guerra Mundial. Es aquí cuando es artillado el Pilar y es puesto en función de la vigilancia de los mares al norte de la isla buscando submarinos nazis, una tarea casi épica si tenemos en cuenta que estos, con la anuencia de las autoridades de turno, se abastecían de combustible precisamente en nuestros puertos. Tras un disfraz de embarcación científica, el barco de caoba y roble de casi 12 metros de eslora tuvo una tripulación de ocho hombres, algunos de ellos cubanos veteranos en la Guerra Civil Española. Patrulló el norte de la región central, visitando Hemingway y sus compañeros Cayo Sabinal, Cayo Confites, Paredón Grande, Maternillos y Cayo Romano. Llega a pasar algunos días en El Pontón -embarcación cuyo nombre real es San Pascual-, barco de hormigón que está todavía varado con miel de caña de azúcar cerca de Cayo Francés, en nuestra actual provincia Villa Clara, donde había un punto de observación y defensa antiaérea. Estos parajes son descritos en la publicación póstuma de Islas a la deriva o Islas en el Golfo como también se le ha llamado a su novela que salió a la luz en 1970. Luego trabajó como corresponsal en Europa, participó en misiones aéreas e incluso desembarcó el Día D en Normandía. Es notable que en su diario de campaña contrasta el horror devastador de la guerra con su añoranza por la tranquilidad y seguridad que disfrutaba en Cuba.

Hemingway en el bar restaurante El Floridita en compañia de Errol Flynn

Varios sitios emblemáticos quedaron marcados por su presencia en los finales del 40 y la década del 50. Si El Floridita es uno de los siete bares más famosos del mundo, le debe mucho a la presencia cotidiana de Hemigway en aquel lugar para degustar un daiquirí, o en La Bodeguita del Medio para probar un mojito. Si algo caracterizó esa parte de su vida fue que nunca estuvo solo, siempre rodeado de amigos ya fuera en estos lugares o en Las Terrazas de Cojímar, donde compartía con los pescadores a quienes regaló muchas veces el resultado de sus jornadas de pesca. Mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano, y diría aún más: a través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva, donde tengo mis libros y mi casa, dijera una vez.

El actor Spencer Tracy en un fotograma de la versión fílmica de El viejo y el mar filmada en Cojímar, Cuba, en 1958

En 1952 la revista Life le encarga un pequeño relato y enmarcado en su pequeño terruño, entrega El viejo y el mar por el que ganaría el Premio Pulitzer un año después. En 1954 gana el Premio Nobel de Literatura por todo el conjunto de su obra y aquí demuestra su agradecimiento a la gente que lo acompañó y acogió al celebrar un gran convite e invitar, aparte de las célebres personalidades que inundaban las páginas de las crónicas sociales de la época, a sus amigos pescadores de Cojímar y a sus vecinos de San Francisco de Paula con quienes compartió mesa, no en un gesto de desprecio por aquellos de más rango, sino porque Papa Hemingway, aún siendo él mismo uno de los escritores más talentosos de todos los tiempos, reconocía en los sencillos y en su entorno la principal fuente de inspiración y enriquecimiento espiritual. Dona para el santuario de la Patrona cubana, la Virgen de la Caridad del Cobre, la medalla áurea del Nobel, quedando esta como una de las mayores ofrendas que hoy tenga bajo su manto aquella que acuna a todos los nacidos en esta isla. Dicen los biógrafos que Hemingway no era creyente, eso duplica el valor de su gesto que reconoce en ella un símbolo genuino de la Patria a la que los pobres le rinden amplia devoción. No puede haber sido este tampoco un donativo casual  y no meditado: no es arriesgado especular que en ella encontró el mejor símil de nación al que dejarle su premio.

El triunfo de la Revolución cubana en 1959 lo sorprende en Estados Unidos. Si bien no participó de forma directa en ella, desde su pequeño espacio de Finca Vigía contribuyó a la misma discretamente. Sufrió registros policiales e incluso el asesinato de uno de sus perros por parte de los esbirros de la tiranía. En sus libros se encontraron bonos del Partido Socialista Popular y un brazalete del Movimiento 26 de Julio. Se informa con sus amigos si es posible que pueda regresar y estos le confirman que no hay ningún impedimento para que lo haga. Con su llegada se produce entonces otro gran momento de devoción. Van al aeropuerto a recibirlo sus vecinos de San Francisco de Paula y le llevan una bandera cubana. Interrogado por la prensa ante la frialdad del gobierno de los Estados Unidos ante los acontecimientos recientes declaró que los deplora y que luego de 20 años de residencia fija en La Habana él se consideraba un verdadero cubano, acto seguido tomó una punta de la bandera y la besó. El gesto fue tan natural y espontáneo que los periodistas se quedaron sin la foto de portada y le pidieron que lo repitiera, a lo que el Papa se negó alegando que había dicho que era un cubano, no un actor.

Interior de Finca Vigía, hoy museo, conservado tal y como su dueño lo dejó al irse por última vez

Recibió luego en Finca Vigía varias visitas del que fuera el último embajador de Estados Unidos en Cuba, Philip Wilson Bonsal, que le advierte sobre sus declaraciones a favor del proceso cubano y le dice que abandone el país o será considerado traidor. No cuesta mucho imaginar el terrible conflicto moral que debe haber sido para el escritor estadounidense, hombre que había servido a su país en dos guerras mundiales, tal amenaza e insolucionable conflicto de intereses.

Al Mayor General Charles T. Lanham, jefe militar que dirigió el 22do Batallón de Infantería de los Estados Unidos en el desembarco en Normandía, le definiría su pensamiento: …decir que tú no eres un yanqui imperialista pero sí un chico del Viejo San Francisco de Paula, la villa donde has vivido 20 años durante los últimos tiempos, no es una renuncia a tu ciudadanía. Soy un buen americano y he estado batallando por mi país todo lo posible, sin pago y sin ambición. Pero creo completamente en la necesidad histórica de la Revolución cubana.

La gente de honor apoyamos la Revolución, diría al dejar la isla y trasladarse a Estados Unidos el 25 de julio de 1960. Había comprado un rancho en Idaho, sin embargo, se dirigió a Nueva York. Dejó en Cuba manuscristos de obras inconclusas, sus trofeos de caza, sus uniformes y medallas de combate, su amplia colección de libros y valiosas pertenencias personales. ¿Por qué un escritor consumado, Premio Nobel, dejaría atrás materiales sin terminar? Simplemente porque abandonaba su casa bajo presión y tenía que demostrar de alguna forma su inconformidad y dejar abierta, aún en lo improbable, una posibilidad para el regreso. Además… ¿a dónde llevar lo que ya estaba en su lugar? Lo cierto es que cuando partió lo dejó todo y no me refiero únicamente a cosas materiales: dejaba atrás también todo su mundo espiritual.

Su retorno no se produjo. El 2 de julio de 1961 se vuela los sesos tras sufrir reiteradas sesiones de electroshock que habían deteriorado definitivamente su salud. Terribles deben haber sido sus últimos días enfermo y solo, alejado del lugar y los seres que quería. Mi querido hijo cubano: a Papa se le está acabando la gasolina, ya yo no tengo ánimo para leer, que era lo que más me fascinaba. Los médicos me han puesto una dieta muy rigurosa y he bajado de peso, así le contaría en una carta escrita poco tiempo antes de morir a René Villareal, su hombre de confianza y mayordomo durante 17 años de Finca Vigía.

Monumento a Ernest Hemingway, cerca del mar de Cojímar

Dejo a los especialistas las múltiples referencias cubanas en su obra. Según Gabriel García Márquez, Hemingway había estado dentro del alma de Cuba mucho más de lo que suponían los cubanos de su tiempo… muy pocos escritores han dejado tantas huellas digitales que delaten su paso por tantos sitios menos pensado en la isla de Cuba. Ese es tema para los estudiosos de su vida y letras y no soy uno de ellos, simplemente me he enfocado en la parte más humana que determinó eso que alguna vez sintió por este país. Me refiero a las conversaciones que seguramente tuvo en el Floridita o en la Bodeguita del Medio mientras se tomaba un trago en compañía de gente común y callejera; a sus pesquerías en el Pilar que derivaron en esa promesa mutua con su patrón al que le dejaría el barco como herencia. Imagino aquellas jornadas de patrullaje con cubanos veteranos de la misma trinchera española cazando submarinos nazis, comiendo cangrejos en los cayos, tostándose al sol, buscando un monstruo enemigo sumergido apiñados en una cáscara de nuez. Cuántas tardes pasaría en Las Terrazas de Cojímar, moviéndose entre lugareños, vestido como alguien de otro lugar pero sintiendo quizás que hubiese querido ser uno de ellos. Pienso en los pescadores con los cuales compartió panes y peces, que lo inspiraron a su obra ganadora del Pulitzer y a quienes donara el oro de su premio poniéndolo a los pies de la Virgen del Cobre. Ellos después encargarían en bronce un monumento que  está allí, junto al mar. Fue ese el primer homenaje póstumo que tuvo en todo el mundo, lo hicieron con el dinero que pudieron recoger entre ellos mismos y se cuenta incluso que algunos donaron sus anclas para que fuesen fundidas. Esos mismo humildes que no tenían nada más que llevarle en su reencuentro que la enseña nacional, aquella que besó reverencialmente para luego hacer alarde de dignidad y consecuencia en sus principios. Aquella gente que supongo en mayoría analfabetos deben haber sabido que era un escritor famoso pero no mucho más porque no podían leerlo. Si era un amigo querido, no era porque fueran víctima de la admiración al artista fabuloso, sino porque entre la gente de Cojímar y él habían otros lazos de amor más sinceros y menos pomposos forjados en el día a día.

Hemingway tuvo otras propiedades, pero su casa está en Finca Vigía, San Francisco de Paula, Cuba. Él no vivió en otro lugar.

Malecón de Cojímar, en La Habana, Cuba.

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El tibio aleteo de la razón

03 viernes Ago 2012

Posted by camarero in a mí me gustan, me pasó

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correr, locos, palomas, tiempo

Ciclo: fenómeno periódico o cuasiperiódico, en que transcurrido un cierto tiempo el estado del sistema o algunas magnitudes del mismo vuelven a una configuración anterior

La lesión de mi tobillo derecho me recuerda que no puedo correr sino en días alternos. Ha llovido en las tardes durante la semana y la combinación de ambas cosas me ha permitido ejercitarme una sola vez después del trabajo. Decido el sábado en la mañana ir a la pista. Voy tarde por hacer antes otras obligaciones hogareñas.

Cuando llego al lugar acostumbrado del calentamiento veo sobre el césped un pantalón y unos zapatos viejos, puestos a secar al sol. Al poco rato aparece de la nada, con unos shores rojos, sin camisa, descalzo y con una muleta plástica de color negro en la mano. ¿Qué hora es? Lo siento, no tengo reloj. ¿Deben ser como las once, eh? No, es cerca de las doce ya. Termino mi estiramiento y me lanzo a mi rutina. Tres pichones de palomitas silvestres volaron ante mí al doblar la curva este. Al completar la primera vuelta, me llega la pregunta. ¿Deben ser como las once, eh, más o menos? Sí, es cerca de las once. Fue reiterado para mí, para él no. Otra vez, las mismas palomitas posadas en la curva, exactamente como antes. Otra vez la misma pregunta, otra vez la misma hora.

Necesito correr. Empecé luego de mi última separación y reconozco que hay días en que saber que iré a la pista en la tarde es mi mejor aliento. Me gusta esa sensación del reto, de explorarme a mí mismo en la respiración, el músculo que aguanta, los pies que marcan, el tobillo vendado que siempre duele. Mi voluntad por encima del cansancio y el sudor que me baña; junto al del sexo, el único sudor que realmente disfruto sentir. Pero lo estaba haciendo a hora desacostumbrada y el cuerpo se adapta en su funcionamiento a todos los procesos, incluido el ejercicio. Punto de mediodía, mucho sol, soledad absoluta en la pista húmeda de tardes lloviendo. Todo eso y mis diez pistas. Un esfuerzo extra imprescindible, no sé si psicológico o físico, pero real, obvio, evidente. Me concentro en mi paso y los tiempos de tomar el aire y logro mi objetivo. La última vuelta es caminando. Amigo… ¿debe ser como las once, más  o menos? Sí, es casi las once. Al pasar por la curva, las palomitas andan un poquito más antes de decidirse a alzarse.

Regreso a casa. Para mí ha pasado el mediodía, corrí diez pistas, caminé dos. Tengo sed,  sudo a mares, una conocida penita me ronda los tobillos. Le podré algo de hielo al llegar, eso alivia. Pude entrenarme, me siento satisfecho. Para el loco son las 11 y por allí no ha estado nadie mientras espera se sequen su pantalón y sus zapatos. Para las palomitas ya no pasa aquel que las molestaba cada vez que bajaban a la curva este y tampoco se acuerdan.

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Black Sabbath: los golpes en el yunque

31 jueves May 2012

Posted by camarero in a mí me gustan, emborronando

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black sabbath, diablo, música, rock

some people say my love cannot be true / please believe, my love, and I’ll show you
N.I.B – Black Sabbath

Arezzo. Toscana italiana. 1031

Un monje camina por los pasillos del vetusto edificio que sirve de especie de academia musical. Tiene 40 años y alcanzar esa edad en el Medioevo es vivir demasiado. Le duele una de sus piernas y siente la vista agotada al pasarla sobre los pentagramas escritos en curados pergaminos. Es un hombre con notables aportes al arte de todos los tiempos que se ha sacrificado en la enseñanza a hermanos de fe, poniendo en ello todo su talento y dedicación. El día anterior enseñaba a un estudiante de cítara un extraño acorde fruto de su trabajo y fue sorprendido por el superior que prometió denunciarlo ante un inquisidor por difundir lo prohibido. Pero no sucedió: el abad apareció muerto esta mañana. No fue necesario el diagnóstico de un galeno pues el cadáver yacía boca arriba y su pecho estaba apisonado como si un elefante hubiese puesto sobre él una de sus patas con tal violencia que la sangre, los fluidos y las heces del aplastado se dispararon en todas direcciones. También se decía que el cuerpo había sido profanado. Pocos se atrevieron a ir y mirar pero, de igual manera, el miedo había disparado sus saetas entre los vivos dispersándose en variedad de versiones.

El maestro no deja de pensar en ello. Su quebradero es interrumpido cuando percibe tras de sí unos pasos profundos, como si un insólito caballero con armadura lo siguiera. Se vuelve lentamente, su mirada se pierde en lo desierto del claustro. Solo unas nubecillas de ceniza son arrastradas por la brisa sobre las piedras del suelo en minúsculos e incomprensibles torbellinos. Apresurado, busca la pared del corredor para no caer, vence el último tramo y empuja la puerta de su celda que cierra estruendosamente tras de sí. Se deja caer de rodillas y empieza a rezar en contrición sabiendo que eso no lo salvará si aquel viene a por él. Tiembla aterrorizado y el Cristo de su rosario vibra en el aire. La lumbre de su candil es suficiente para alumbrar el poco espacio pero aunque todo se vea una presencia oscura está allí sin ser presente, lo rodea, lo succiona, lo lame y luego se va, diluyéndose y abandonando la presa a voluntad.

Sintiéndose libre, abre los ojos, pero el terror de la visión lo hace arrastrarse contra el muro, horrorizado. Le han dejado ante sí, como ofrenda, la mano que se atrevió a amenazarlo un día antes.

Afueras de París. 1928

Jean Baptiste, un joven gitano de 18 años regresa a su casa-caravana luego de una buena noche de juerga y ganancia. Tiene todo un futuro por delante. Es un fabuloso intérprete del banjo aunque no sabe leer música, todo su aprendizaje ha sido empírico. Su mujer ya duerme y él se tira entre las flores de artesanía en las que ha trabajado ella todo el día para vender en la plaza recién amanezca. Una neblina inunda el valle, acompañada de un denso silencio. Una mano mueve otra vez los hilos. Un ratón salta del campo a una rueda de la ambulante casa y se cuela por una mínima rendija. El muchacho acerca una vela, intentando atraparlo, la cera cae sobre las flores y se desata un rápido y violento incendio alimentado por el combustible material. Logra hacerse de una manta, envolverse junto a su amante y así salvar milagrosamente la vida. Sus compañeros corren a los suburbios donde conocen a un médico que ha compartido otras veces con ellos y al que le confieren una justificada confianza.

Al pasar los días, las secuelas se hacen evidentes. Sufre terribles quemaduras en su lado izquierdo de la rodilla a la cintura y la mano de marcar los acordes sobre el traste de su banjo está seriamente afectada. Pasa más de un año postrado resistiendo la intención de amputarle su pierna. En sus delirios alguien que le dice ser también un caído y que ahora es rey le promete fama si se niega a la mutilación. Finalmente, su tesón y los cuidados de una diligente enfermera logran salvarlo de la operación pero nada pueden hacer con sus dedos anular y meñique que se contrajeron hacia la palma de la mano debido al calor recibido en sus tendones. Un calor que fue infernal en poco tiempo. Aun así, encuentra con los años el modo de digitalizar con índice y medio convirtiéndose en el primer jazzista natural europeo, dueño de un estilo muy personal de interpretación debido a aquellas llamas que hicieron de él alguien diferente. Es como una pieza única que un diestro alfarero pasó antes por el fuego para después llevarla a un magistral terminado.

Birmingham. Inglaterra. 1965

Una mujer sale de su humilde casa arrendada en el barrio obrero y se lanza entre la multitud que en minutos se tragarán las fábricas. Ella también busca un médico y lo hará aunque le cueste no ir a trabajar esa mañana. Hace dos años murió su hija de fiebre y ahora es el varón el que hierve entre sábanas grises. Tras la puerta que cerró cuando salió a la calle hay un aire viciado por el humo industrial de los suburbios. Su decisión ya ha salvado la vida del muchacho e incluso la propia, pero no lo sabe. Las medicinas surtirán efecto, sean las que sean, pues el caído aparta sus garras del niño y se va a otro lugar. No es necesario matar si las circunstancias no lo ameritan. Ya tiene lo que quiere.

Es así que se escurre por los contenes, remueve el agua de los charcos, corta como cristal algún tobillo en su camino y se escurre por las chimeneas directo hasta la maquinaria. Nadie sabe por qué ella no está en su puesto, solo él conoce que angustiada con la idea de perder su hijo va atravesando la ciudad en sentido contrario. Y hay esta vez aparentes similitudes. Tony tiene 17 años, su sueño es ser un gran guitarrista y precisamente es su último día allí pues quiere emplear todo su tiempo en hacerse un profesional. Pero a su aspiración le falta un simple detalle de acabado que tendrá lugar antes que se vaya para siempre de entre los hierros y las fundiciones. Aquella mujer le daba piezas que él soldaba y que antes ella había metido en una prensa para darles forma. Fue destinado a sustituirla. Toma la primera plancha y la pone bajo el martillo. Baja la palanca y al mismo tiempo siente un batir de alas y un gigante feroz pasa entre sus ojos y sus manos turbándolo el tiempo suficiente para que todo cambie. La sangre brota en un terrible alarido, se lanza al piso intentando contener con su mano izquierda el dolor de su derecha para siempre incompleta. Las primeras falanges de sus dedos medio y anular, los dedos que marcan los acordes sobre el traste de su guitarra, han sido cortados. La bestia se va complacida e indolente.

Birmingham. Algo después

Allí en aquel banco está Tony, destrozado. Sus sueños de ser un gran guitarrista han terminado. Ya pasó el peor dolor físico pero el espiritual lo devora y deprime. Hay alguien con él, alguien a quien nunca ha visto antes. Llegó y se sentó a su lado y casi sin saber por qué Tony le muestra su mano y su agonía. Aquel que no conoce le habla de una noche, casi 40 años atrás, cerca de París y le cuenta de un jovencito con sueños de ser músico, cuya mano que iba sobre el traste de su complicado instrumento se quemó inutilizándole dos dedos, así, como a él le ha sucedido. Y como si hubiese estado muy cerca de aquel chico gitano, le cuenta como con empeño, sufrimiento y trabajo logró sobreponerse y encontrar un camino que jamás hubiese encontrado con los cinco dedos alistados. Luego le dice que quizás también está predestinada su ruta pero para saberlo no puede renunciar ni aún pareciéndole imposible. Luego se levanta y se va sin despedirse. Tony mira sus dispares dedos, luego levanta la vista pero el que dijo algo se desvaneció a media calle entre la multitud que en minutos será tragada por las fábricas.

Birmingham. 1969

La película que se proyecta esta semana debió haber sido ya sustituida, pero el camión que traía los nuevos filmes se fue barranca abajo, así que no queda más remedio que continuarla. El público lo recibe con agrado, pues las colas no se agotan, quieren ver al gran Boris Karloff en escena. Del otro lado de la calle, una banda de rock tiene su mugriento local. Buscan un nombre pues han descubierto que los confunden con otros. En medio de un ensayo, el bajista detiene su vista en la multitud y dice en voz alta lo que pasa por su mente: si tanta gente viene a ver cine de terror deberíamos hacer música que diera miedo. Recuerda un sueño que tuvo, en que un extraño ser de capa negra estaba de pie frente a su cama en la habitación llena de brumas. Él, desde el techo, se veía a sí mismo durmiendo siendo velado por semejante compañía. Inspirado en eso, hace la letra que aún no tiene música ni tiene título, es huérfana de nombre, como la banda. La trae como propuesta días después.

En un rincón Tony Iommi intenta una melodía que lo inspire para acompañar lo escrito. Está ahí más que nada, por puro empeño. Empezó derritiéndose plástico sobre sus dedos accidentados y limando posteriormente el material para lograr unas extensiones. Con su experiencia de metalurgia y empinándose cuesta arriba sobre prueba y error ha llegado a una buena conjunción entre sus falanges de goma y su guitarra, a la que tuvo que bajar la tensión para poder tocarla, empujón que lo ha llevado a una sonoridad más oscura y enigmática que encaja muy bien con las intenciones de interpretación del grupo. Tampoco sabe leer música ni conoce las terminologías, como aquel gitano que le sirvió de referencia para seguir adelante en persistencia y vencidos sufrimientos. Su condición especial define su modo de tocar y el sonido de su instrumento. Encuentra un intro que le gusta, un sonido discordante, violento y abrumador para comenzar la melodía, el baterista se siente energizado y golpea el drums consistentemente. Sin saberlo, solo porque le gusta, Iommy interpreta un sólido y largo tritono, acorde prohibido por la iglesia en la Edad Media y atribuido a Guido de Arezzo. Se identifica como diabolus in música o mi contra fa y se creía que era la puerta de entrada del Diablo a través de la música. Debía ser evitado a toda costa en cualquier composición o interpretación.

Lo que una vez fue el sueño frustrado de un joven guitarrista y sus consecuencias aparentemente trágicas son determinantes en el nacimiento de una banda de culto y un estilo que marcarían para siempre la música en general. Deciden llamarse así mismos y al número que han creado como aquella película que estaba en cartelera pasando la calle: Black Sabbath. Estaban profundamente influenciados por su entorno, por el golpeteo de las máquinas, el hierro sobre el hierro, el vaciado de los moldes, los metales que se calientan y enfrían bruscamente. Mezclaron esas vivencias con la pasión arrolladora del blues, el sonido pesado de su inusual y brillante guitarrista y la brutal voz de Ozzy Osbourne produciendo un resultado que sembraría pautas en las esencias más genuinas del rock: el heavy methal.

Con la satisfacción de haber hallado algo diferente siguen trabajando otros números que sumarían después a su primer disco. Una de las letras que espera música reza:

follow me now and you will not regret / leaving the life you led before we met
you are the first to have this love of mine / forever with me ‘till the end of time…

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De Cuba y su historia – 1

26 jueves Ene 2012

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calixto garcía, cojones, cuba, lucía íñiguez

Lucía Íñiguez

Lucía Íñiguez

– ¡Vaya e informe!…

Se cuadró. Sonó los tacones de sus botas militares con la mejor marcialidad posible y emprendió a cumplir la orden de su superior. No llevaba mucho tiempo en la ciudad pero en cuatro meses de haber llegado a la isla podía sentirse privilegiado al no haber sido enviado al campo de batalla a enfrentar los machetes mambises. Tenía solamente 19 años y ninguna experiencia militar. Había sido enrolado por fuerza y ley en el ejército colonial español y lo habían enviado a Cuba, donde los mejores oficiales no podían controlar incomprensiblemente a un turba de harapientos a caballo. Empezó a trabajar en una de las comandancias de La Habana como correo pero sin salir nunca del límite urbano. Además, en ocasiones ayudaba a hacer algunas compras en el mercado para necesidades más particulares de la jefatura. Así que ya conocía las calles y podía dirigirse con bastante precisión a una dirección determinada, pero a la que se dirigía ahora en el barrio del Cerro la conocía perfectamente. Sabía que esta señora estaba bajo vigilancia y era una desterrada política en su propio país, pues era natural de la provincia de Oriente. Se lo habían dicho otros quintos cuando pasaron frente a su puerta, en los primeros recorridos que hizo para familiarizarse con su entorno. La casa le transmitía una fuerza y una dignidad que él no sabía explicar y a la que nunca hubiese querido enfrentarse, pues lo intimidaba un poco. Se sacó el sombrero en gesto de respeto y tocó la aldaba que produjo un sonido seco y preciso. Bajó los escalones del portón y esperó en la acera. Precisamente, abrió ella. Era una mujer de 55 años, de rostro sereno y ojos penetrantes que lo aplastaron en su uniforme de soldado de la metrópoli.

– Buenos días… ¿qué desea Usted? – le dijo encarnando el entrecejo.

Turbado, ni preguntó si ella era Lucía, por una elemental cuestión de porte.

– Buenos días, señora, vengo de la comandancia, me envía el General Concha quién me ha pedido os haga entrega de esta notificación – y extendió el pequeño papel tipográfico.

La doña se acomodó la mantilla que cubría su vestido, tomó el mensaje y lo leyó. Era un texto breve, pero más breve y contundente fue su respuesta.

– Tome –le dijo devolviéndole el recado- dígale a su General que este no es mi hijo.

Ahora sí estaba en una situación difícil. Mecánicamente, sin ser el dueño de sus actos, se vio con su encomienda otra vez en las manos. No podía regresar atrás diciendo que aquella mujer negaba la afirmación militar, eso podía causarle un señalamiento grave a su expediente. Así que, muy confundido, trató de argumentar un poco más.

– Señora, hay confirmación total, vuestro hijo fue capturado hace dos días, cerca de Manzanillo, por fuerzas al mando de un oficial de apellido Ariza. Los hechos ocurrieron exactamente en los potreros de San Antonio de Bajá. Fue enviado al poblado de Veguitas. Allí nuestros médicos han curado sus heridas de combate. No hay duda posible.

– ¡Ese no es mi hijo! – repitió la mujer, determinada.

– ¡Señora, por favor, os lo suplico, comprenda! He sido enviado para ponerla en conocimiento y no cabe duda posible. ¡Cómo se concibe una equivocación en este caso! ¡Se trata de vuestro hijo, por Dios, el Mayor General del Ejército Libertador Calixto García Íñiguez! ¡Cómo es posible que haya un error en este caso!

– ¡Ese no es mi hijo, le digo! – seguía firme Lucía en su posición.

Desesperado, el joven trató de jugarse las últimas cartas intentando conmover el corazón de aquella madre cubana que se atrevía a desafiar la veracidad de un parte militar diciendo todo lo que sabía y no estaba autorizado a comunicar.

– Señora, vea Usted, es él, es el Mayor General Calixto García. Fue capturado hace dos días, como ya os dije y la comunicación nos llega desde Santiago de Cuba. Fue un encuentro desigual donde sufrió graves heridas y nuestros médicos lograron salvarle la vida. Al verse rodeado y a punto de caer en nuestras manos, ha sacado su revólver y se ha pegado un tiro en el mentón, la bala le ha salido por la frente y milagrosamente ha salido con vida. Gravemente herido fue hecho prisionero y llevado a…

No pudo decir más. Con la misma determinación con que minutos antes renegara de su vástago, le llegó la frase, tronante y liberadora, como el disparo que hacía dos días había sonado en la manigua redentora.

– ¡Ese sí es mi hijo! ¡Ese es mi Calixto! ¡Muerto antes que rendido!

……………………………………………………………………………………………..

General del Ejército Libertador Calixto García Íñiguez

Todos los datos de nombres y localizaciones son reales según lo que pude investigar. Está recreado el hecho del cómo le entregaron la noticia a Lucía (en su casa me inventé yo, quizás fue citada a una oficina militar) y el quién lo hizo (quizás fue un oficial y no un joven cadete, en esto encontré algunas controversias y me decidí por un joven para poder turbarlo un poco), eso es fuente de mi imaginación. Su respuesta y actitud es real y está en los archivos anecdóticos de la Patria.

Vale añadir que cuando en 1980 se hace la exhumación de los restos de este jefe militar de tres guerras contra la colonia española para rendirle honores y hacerle un entierro por manos cubanas, las huellas de este hecho en su persona sirvieron para la confirmación de que eran en efecto. De él José Martí dijera: Calixto García no necesita encomio: Lleva su historia en su frente herida. El que sabe desdeñar la vida, sabrá siempre honrarla.

Murió en Washington el 11 de diciembre de 1898 a cargo de diferentes funciones mediadoras en medio de la intervención estadounidense en la Guerra de 1895. Hasta el final de su vida padeció dolorosamente los diversos efectos de este intento suicida en su organismo.

Para más información, los remito a http://www.16deabril.sld.cu/rev/239/13.html de ahí son estas imágenes.

Trayectoria de la bala


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Una en millones

05 jueves Ene 2012

Posted by camarero in a mí me gustan, emborronando

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amigos, gato, mariposa

El guionista y director de esta película aclaran que cualquier coincidencia con la realidad ha sido pura intención. Todos los derechos son de ustedes.

……………………………………………………………

Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.

Pablo Neruda

Este era un gato enamorado de una mariposa. De ella lo separaban el mar y la distancia. Había perdido el sueño y a veces se acordaba de cuando todavía dormía. Estar lejos de ella empeoraba su desvelo involuntario. Así pues, aunque se creía capaz de nadar diez mil kilometros en busca de su amor, consideró más razonable hacerse de un medio de transporte. Y cuando digo “hacerse”, lo digo literalmente. Se le ocurrió armar un artefacto viajero y dos amigos se le unieron en el empeño con la intención de ayudarlo y materializar además sus ideas creadoras. El caso es que uno era un gato marinero y el otro un gato piloto, así que los criterios en la construcción corrían sobre ideas divergentes entre un barco o un avión.

Los acompañaba una gatica que no pretendía ser parte de la expedición pero echada a la sombra valoraba bien la tarea de aquellos tres machos. Al menos en uno de ellos primaba el amor y en los otros dos la amistad y la conmiseración y aunque dudara del éxito del proyecto no dejaba de serle interesante que aquellos sentimientos cupieran aún en el corazón de los felinos. De una callada manera los admiraba, pues asfixiada por su orgullo y soberbia se cuidaba de admitirlo. Demostraba solamente, curiosidad. Temerosa de ser descubierta en sus más bajas pasiones, calculadora y cauta, pensaba que quizás en ese mismo momento, del otro lado de las aguas, un grupo de mariposones se reunían para hacer un globo aerostático y volar en busca de la gata de sus sueños que, obviamente, era ella.

En unas semanas lograron terminar el transporte y resultó que los criterios divergentes se convirtieron en algún punto en convergentes y el resultado fue un flamante hidroavión de cuerpo de madera y alas velas pintadas de negro y naranja porque así las quiso el enamorado argumentando que su mariposa tenía esos mismos colores en las suyas. Y una clara mañana, partieron hacia el oeste, levantando vuelo, mientras la gatica los miraba perderse en el cielo y ahora en soledad suspiraba sin reparos por mariposones y zeppelines. Prefería no volar porque se podía caer y no nadar porque se podía ahogar. Aunque en algún momento fugaz quizás dudó, finalmente escogió quedarse.

Como casi siempre ocurre, el resultado refleja el cómo de la concepción. Comenzaron volando pero se averió el mecanismo y cayeron al mar. El gato marinero sacó su pipa y su gorrita azul y blanca, hizo algunos ajustes y puso aquello a navegar con viento a favor. El otro, mientras tanto, invirtió ese tiempo localizando y reparando la avería. Cuando más orondo estaba el marinero, se enredaron las cuerdas y quedaron a la deriva pero ya para ese tiempo estaba lista la maquinaria volante y despegaron inmediatamente. ¡Y ahora todo era al revés! Mientras la bufanda del gato piloto volaba al viento, el marinero reparaba sus tensores y repasaba el velamen. Algo muy atinado, pues otra vez no le fue bien en la altura y volvieron al mar. Y mientras fue barco, se reparaba el avión y mientras fue avión se reparaba el barco y así, dando salticos entre nubes y olas, en camarote o cabina según el caso, aterrizaron en el claro de un bosque a mediados de octubre.

El insomne había marcado el curso y las coordenadas todo el viaje. Los amigos simplemente se disputaban el funcionamiento del equipo pero el destino lo marcaba todo el tiempo el dueño del amor. Aunque le parecieran extrañas sus ideas, no se les ocurrió cuestionarlas en ningún momento. Y allí estaban, en medio de montañas, en un rinconcito michoacano. El lugar exacto, según él. Rápidamente, el gato marinero al enterarse cambió su gorra de ancla por un sombrero charro, para estar a tono. El piloto, algo más reservado, conservó su bufanda porque hacía algo de frío. Mientras, conversaron y reafirmaron en susurros su amistad y compromiso de permanecer con el hermano hasta el final, pues al parecer, algo había fallado. ¡En aquel bosque no había una sola mariposa!

Consideraron mejor no hacerlo trascendente ante su compañero y hablaron de si uno hacía el ridículo, pues el estar en México no implicaba estar vestido de charro todo el tiempo, o si el otro debía quitarse ya sus espejuelos y bufanda de aviador y ser un tipo más adaptado a las circunstancias. En un incómodo momento en el que ya no tenían más nada que decirse, el que nunca dormía, sin que nadie preguntara, aclaró que habían llegado un poco antes a la cita. Pero ella vendría, estaba seguro de ello. Pasó entonces toda una semana que el marinero y el piloto emplearon en recuperar fuerzas. No habían olvidado empacar algunas latas de sardina y entre comida y comida hacían lo que el otro sí había olvidado hacer: dormir. A veces intentaban compartir un rato con él, pues como nunca tenía sueño siempre estaba disponible para conversar pero sus historias parecían algo maltratadas por viejas y confusas pasiones que lo llevaban a contar sobre linajes de reinas, manos que tocaban corazones y sanatorios olvidados por el tiempo. Como un gato tiene siete vidas y mucho sueño, volvían a dormirse cuando el insomne hablaba de su tercera o cuarta estancia en cierta sala de moribundos. Nunca lograban permanecer en vilo hasta el final. Entonces aquel, que admiraba también la fidelidad incondicional de aquellos dos que junto a él no buscaban ni ganaban nada, los cubría un poco con una manta de cuadritos rojinegros y volvía a mirar al cielo, aunque fuese de noche, esperando algo que debía venir de él.

Una mañana, el gato piloto se sintió zarandeado por el marinero. Los ojos de aquel estaban más abiertos que nunca y señalaba con una pata hacia el cielo. La imperturbabilidad de aquel lugar se veía ahora transformada por un acontecimiento espectacular. No habían una, ni dos, ni diez sino muchas, muchísimas mariposas anaranjadas ribeteadas en negro. Lo cubrían todo y seguían llegando. Parecía que todas las del mundo y no una sola vinieran a reunirse con su amigo que no dormía, que la recompensa de tanta espera y esfuerzo se había coronado al final con una multitudinaria fiesta de alas. Por cierto, el enamorado no estaba a la vista, así que decidieron ir por él mientras sacaban cuentas de cuántas de las siete vidas necesitarían para entre los tres encontrar la indicada entre millones semejantes. Allí había demasiadas, así que era evidente que llegaban de varios lugares y al parecer lejanos, pues se veían a simple vista algo agotadas. Ellos venían también de lejos pero eran solo tres y además el que marcaba el rumbo contaba con mapas, brújula, astrolabio y cronómetro. ¿Cómo podían aquellos insectos tan delicados y aparentemente simples viajar desde lejos y llegar exactamente allí en tamaña concentración? ¿Qué acertijo se escondía en aquellas criaturas? ¿Podría la fuerza del amor hacer que su amigo enamorado y no durmiente encontrase la suya entre semejante número?

Por fin pudieron verlo en medio del sendero y se detuvieron en silencio a disfrutar y compartir la escena. Allí el que no dormía tenía en la cabeza la que les pareció la más bella de todas, ahora que se lucía apartada del grupo. Tenía estupendas alas que abría y cerraba sensualmente. Caminó a pasitos sobre las orejas, la nariz y los bigotes de su elegido. Le hizo cerrar los ojos y estornudar alguna que otra vez mientras danzaba sobre él. Luego, levantó vuelo y mientras aquel quedaba en tierra embarrado de polen y de polvos, ella se unía a sus iguales a muchos metros del suelo y se quedaba quieta como nueva hoja del árbol. Toda esa noche estuvo él mirando hacia lo alto, y por primera vez no estuvo solo. Bajo millones de mariposas que dormían sus amigos se mantuvieron con él apretaditos y despiertos, desvelados por el amor que increíblemente todavía sabe encontrar, entre lo común, lo diferente.

ACTUARON
(por orden de aparición)

Gato enamorado: INSOMNE ERRANTE
Gato marinero: Carlos Efrón Mur
Gato piloto: camarero
Gata cauta: Cat
Mariposa monarca: Izmatopia

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