Amo este país y me siento como en casa; y donde un hombre se siente como en casa, aparte del lugar donde nació, ese es el sitio a que estaba destinado
Ernest Hemingway
Un amigo me hizo llegar hace unos días un documental al estilo de los famosos programas de televisión española Callejeros Viajeros. Era sobre los atractivos del turismo de sol y playa en La Florida, Bahamas y las Antillas. Casi al empezar, sus presentadores afirman que visitarán la casa de Ernest Hemingway, donde vivió, trabajó y logró sus mejores novelas. Resulta que se referían a una residencia que tuvo en Cayo Hueso, Florida. Tratándose de una figura cumbre de la literatura universal, estadounidense por demás, no me pareció un gesto ingenuo o ignorante. Era un ejemplo de manipulación de la información sutilmente incluido en un video que vendía placeres de hospedaje, comida y bebida y junto con eso el que consume se traga también el hecho de que se ignore el estrecho vínculo que hubo entre Hemingway y Cuba que ni siquiera es mencionado.
El escritor llegó a nuestro país por primera vez en 1928. ¿Quién era en ese momento el futuro Premio Nobel de Literatura? En 1917, con solo 18 años, había abandonado la posibilidad de continuar estudios universitarios para trabajar como reportero en el Kansas City Star. Ese mismo año su país se involucra en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial. No consigue alistarse como militar pero sí como conductor de ambulancia y desembarcó en Francia para luego dirigirse a territorio italiano en 1918. Allí, la artillería austriaca golpea su vehículo y en un acto heroico se echa al hombro un soldado convaleciente que llevaba en él. Con las piernas heridas y una rodilla rota avanzó hasta que el dolor lo hizo desfallecer. Este gesto le hizo ganar la Medalla de Plata al Valor. La intervención de la enfermera Agnes Von Kurowsky define que no pierda su pierna, pero si por un lado alivió el dolor físico, por el otro le causa una gran decepción amorosa que lo marcaría de por vida. Casado por segunda vez, con un hijo nacido y otro por venir, tres relatos y dos novelas publicadas llega a nuestro país cuando residía precisamente en esa casa de Cayo Hueso mencionada en el promocional. Le fascinaba el mar y las costas y hace una pequeña escala en La Habana. Poco después hace algunas exploraciones en la corriente del Golfo y comienza a interesarse por tener a la ciudad como centro de sus operaciones de pesca en aguas cercanas a nuestra plataforma.
Al menos el desengaño amoroso que sufrió luego de herido le sirvió como inspiración para su novela Adiós a las armas con base autobiográfica publicada en 1929 con gran éxito. Eso, junto a la atracción que sintió por España y un tercer hijo lo mantuvieron alejado de Cuba hasta 1932 en que decide instalarse en el Hotel Ambos Mundos en la Habana Vieja, en la esquina de Obispo y Mercaderes. Durante casi una década, este sería su hogar y lugar de trabajo, en una habitación con ventanas a ambas calles y al ángulo entre ellas, lo que le permitía admirar en cuadro panorámico la Catedral, los parques de la Avenida del Puerto, la entrada a la bahía, el Castillo de los Tres Reyes del Morro que la custodia, el Palacio de los Capitanes Generales y más allá el medieval Castillo de la Fuerza con su emblemática Giraldilla. Siguiendo sobre la calle Mercaderes los techos de tejas antecedían a la torre del Convento de San Francisco y como fondo de todo, del otro lado del canal, la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. En 1934 encarga en Nueva York un yate al que le hace algunas modificaciones y lo trae a Cuba bautizado como Pilar en honor a La Pilarica, Virgen de Zaragoza. Así empezarían sus aventuras pesqueras con el cubano Carlos Gutiérrez como capitán.
En la habitación 511, que hoy puede ser visitada como museo, concibió tres novelas y diversas crónicas. Escribió Nadie muere nunca, su único cuento que transcurre en Cuba y se sirvió de amplias descripciones de la ciudad y su entorno que iba conociendo cada vez más para su novela Tener o no tener. Su experiencia como corresponsal de guerra en la Guerra Civil Española para la que parte en 1939 y su participación en las trincheras de la República le sirven de base para terminar y publicar la notable Por quién doblan las campanas. Es significativo que estuviese asentado aquí antes de marchar a España siendo nuestro país el que más voluntarios envió a ese conflicto en proporción a su población total. Pienso que un hombre como él, periodista e indagador social que cada vez escudriñaba más en la vida criolla, debe haber tenido algún vínculo con cubanos vinculados a sus mismos ideales, en La Habana o en las batallas peninsulares.
A su regreso se produce un hecho que puntea la relación de Hemingway con los más humildes aunque quizás en ese momento no pareciera trascendente para ninguno de los dos: Gregorio Fuentes sustituye a Carlos Gutiérrez en el patronaje del Pilar. Empezaba así una amistad que permitiría a generaciones posteriores entender mucho mejor al escritor y su amor por nuestra Patria. Juntos compartirían muchas aventuras de diverso tipo, Gregorio se ganó la confianza absoluta y más que un sirviente fue uno de sus más grandes amigos. Vivió más de 100 años y tuvo la oportunidad de contar cómo fue navegar tantas millas rompiendo olas con el Papa. Heredó el yate por voluntad de su dueño y pudo haber hecho con él lo que hubiese deseado pero había un pacto entre ellos: si uno moría, el otro no volvería a navegar en el Pilar. Solo una vez rompió esa promesa y fue en la última travesía desde un astillero donde fue reparado hasta su ubicación actual en Finca Vigía.
Cuentan que a regañadientes salió Hemingway del Ambos Mundos. Él quería mantenerse cerca de la vida mundana que tantos personajes y situaciones le ofrecía para escribir, pero a instancias de su tercera esposa, Martha Gelhorn, decide visitar dicha finca en las afueras de la ciudad. Ella quería salir del hotel y buscar una residencia definitiva y empujó a Hemingway a visitarla. Contrario a lo que él mismo esperaba, le gustó el lugar y finalmente lo compra para empezar a vivir allí en 1940. Los honorarios de Por quién doblan las campanas contribuyeron al hecho. Lo que pasaría en el alma de este escritor durante los próximos casi 20 años de estancia estable en aquel lugar es historia cierta que queda en aquellos que lo conocieron. Con la llegada del nuevo dueño se abrieron las puertas para todo aquel que necesitara algo, su anterior propietario las mantenía siempre encadenadas. Aún así, había reglas establecidas: no se podía matar ningún animal, cortar árboles o tirar piedras a las frutas. Ordenó construir un terreno de beisbol para los chicos del barrio y en la finca se podía jugar tenis, boxeo y utilizar la piscina, todo con orden y respeto pues en las mañanas no permitían que lo molestaran pues era su tiempo de creación. Aún así, la casa siempre tuvo sus puertas abiertas pues no había llaves.
Es este el período de su total encantamiento con la isla y su gente. No fue lo que llamamos un extranjero aplatanado, que es como definimos a aquel que llega a adaptarse tanto que casi se confunde con los nacionales apropiándose de manías y costumbres. Su vestuario era de bermudas, camisas, gorra y sandalias. Sus maneras las de un estadounidense que llegó a sentir aquí su hogar pero que no se transformó en su contacto con la gente común, que era con la que más compartía. Sus grandes pasiones fueron la pesca en alta mar y las peleas de gallos, acorde a sus gustos ricos en vivencias emocionales.
Vuelve a involucrarse en conflictos armados, esta vez en la Segunda Guerra Mundial. Es aquí cuando es artillado el Pilar y es puesto en función de la vigilancia de los mares al norte de la isla buscando submarinos nazis, una tarea casi épica si tenemos en cuenta que estos, con la anuencia de las autoridades de turno, se abastecían de combustible precisamente en nuestros puertos. Tras un disfraz de embarcación científica, el barco de caoba y roble de casi 12 metros de eslora tuvo una tripulación de ocho hombres, algunos de ellos cubanos veteranos en la Guerra Civil Española. Patrulló el norte de la región central, visitando Hemingway y sus compañeros Cayo Sabinal, Cayo Confites, Paredón Grande, Maternillos y Cayo Romano. Llega a pasar algunos días en El Pontón -embarcación cuyo nombre real es San Pascual-, barco de hormigón que está todavía varado con miel de caña de azúcar cerca de Cayo Francés, en nuestra actual provincia Villa Clara, donde había un punto de observación y defensa antiaérea. Estos parajes son descritos en la publicación póstuma de Islas a la deriva o Islas en el Golfo como también se le ha llamado a su novela que salió a la luz en 1970. Luego trabajó como corresponsal en Europa, participó en misiones aéreas e incluso desembarcó el Día D en Normandía. Es notable que en su diario de campaña contrasta el horror devastador de la guerra con su añoranza por la tranquilidad y seguridad que disfrutaba en Cuba.
Varios sitios emblemáticos quedaron marcados por su presencia en los finales del 40 y la década del 50. Si El Floridita es uno de los siete bares más famosos del mundo, le debe mucho a la presencia cotidiana de Hemigway en aquel lugar para degustar un daiquirí, o en La Bodeguita del Medio para probar un mojito. Si algo caracterizó esa parte de su vida fue que nunca estuvo solo, siempre rodeado de amigos ya fuera en estos lugares o en Las Terrazas de Cojímar, donde compartía con los pescadores a quienes regaló muchas veces el resultado de sus jornadas de pesca. Mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano, y diría aún más: a través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva, donde tengo mis libros y mi casa, dijera una vez.
En 1952 la revista Life le encarga un pequeño relato y enmarcado en su pequeño terruño, entrega El viejo y el mar por el que ganaría el Premio Pulitzer un año después. En 1954 gana el Premio Nobel de Literatura por todo el conjunto de su obra y aquí demuestra su agradecimiento a la gente que lo acompañó y acogió al celebrar un gran convite e invitar, aparte de las célebres personalidades que inundaban las páginas de las crónicas sociales de la época, a sus amigos pescadores de Cojímar y a sus vecinos de San Francisco de Paula con quienes compartió mesa, no en un gesto de desprecio por aquellos de más rango, sino porque Papa Hemingway, aún siendo él mismo uno de los escritores más talentosos de todos los tiempos, reconocía en los sencillos y en su entorno la principal fuente de inspiración y enriquecimiento espiritual. Dona para el santuario de la Patrona cubana, la Virgen de la Caridad del Cobre, la medalla áurea del Nobel, quedando esta como una de las mayores ofrendas que hoy tenga bajo su manto aquella que acuna a todos los nacidos en esta isla. Dicen los biógrafos que Hemingway no era creyente, eso duplica el valor de su gesto que reconoce en ella un símbolo genuino de la Patria a la que los pobres le rinden amplia devoción. No puede haber sido este tampoco un donativo casual y no meditado: no es arriesgado especular que en ella encontró el mejor símil de nación al que dejarle su premio.
El triunfo de la Revolución cubana en 1959 lo sorprende en Estados Unidos. Si bien no participó de forma directa en ella, desde su pequeño espacio de Finca Vigía contribuyó a la misma discretamente. Sufrió registros policiales e incluso el asesinato de uno de sus perros por parte de los esbirros de la tiranía. En sus libros se encontraron bonos del Partido Socialista Popular y un brazalete del Movimiento 26 de Julio. Se informa con sus amigos si es posible que pueda regresar y estos le confirman que no hay ningún impedimento para que lo haga. Con su llegada se produce entonces otro gran momento de devoción. Van al aeropuerto a recibirlo sus vecinos de San Francisco de Paula y le llevan una bandera cubana. Interrogado por la prensa ante la frialdad del gobierno de los Estados Unidos ante los acontecimientos recientes declaró que los deplora y que luego de 20 años de residencia fija en La Habana él se consideraba un verdadero cubano, acto seguido tomó una punta de la bandera y la besó. El gesto fue tan natural y espontáneo que los periodistas se quedaron sin la foto de portada y le pidieron que lo repitiera, a lo que el Papa se negó alegando que había dicho que era un cubano, no un actor.
Recibió luego en Finca Vigía varias visitas del que fuera el último embajador de Estados Unidos en Cuba, Philip Wilson Bonsal, que le advierte sobre sus declaraciones a favor del proceso cubano y le dice que abandone el país o será considerado traidor. No cuesta mucho imaginar el terrible conflicto moral que debe haber sido para el escritor estadounidense, hombre que había servido a su país en dos guerras mundiales, tal amenaza e insolucionable conflicto de intereses.
Al Mayor General Charles T. Lanham, jefe militar que dirigió el 22do Batallón de Infantería de los Estados Unidos en el desembarco en Normandía, le definiría su pensamiento: …decir que tú no eres un yanqui imperialista pero sí un chico del Viejo San Francisco de Paula, la villa donde has vivido 20 años durante los últimos tiempos, no es una renuncia a tu ciudadanía. Soy un buen americano y he estado batallando por mi país todo lo posible, sin pago y sin ambición. Pero creo completamente en la necesidad histórica de la Revolución cubana.
La gente de honor apoyamos la Revolución, diría al dejar la isla y trasladarse a Estados Unidos el 25 de julio de 1960. Había comprado un rancho en Idaho, sin embargo, se dirigió a Nueva York. Dejó en Cuba manuscristos de obras inconclusas, sus trofeos de caza, sus uniformes y medallas de combate, su amplia colección de libros y valiosas pertenencias personales. ¿Por qué un escritor consumado, Premio Nobel, dejaría atrás materiales sin terminar? Simplemente porque abandonaba su casa bajo presión y tenía que demostrar de alguna forma su inconformidad y dejar abierta, aún en lo improbable, una posibilidad para el regreso. Además… ¿a dónde llevar lo que ya estaba en su lugar? Lo cierto es que cuando partió lo dejó todo y no me refiero únicamente a cosas materiales: dejaba atrás también todo su mundo espiritual.
Su retorno no se produjo. El 2 de julio de 1961 se vuela los sesos tras sufrir reiteradas sesiones de electroshock que habían deteriorado definitivamente su salud. Terribles deben haber sido sus últimos días enfermo y solo, alejado del lugar y los seres que quería. Mi querido hijo cubano: a Papa se le está acabando la gasolina, ya yo no tengo ánimo para leer, que era lo que más me fascinaba. Los médicos me han puesto una dieta muy rigurosa y he bajado de peso, así le contaría en una carta escrita poco tiempo antes de morir a René Villareal, su hombre de confianza y mayordomo durante 17 años de Finca Vigía.
Dejo a los especialistas las múltiples referencias cubanas en su obra. Según Gabriel García Márquez, Hemingway había estado dentro del alma de Cuba mucho más de lo que suponían los cubanos de su tiempo… muy pocos escritores han dejado tantas huellas digitales que delaten su paso por tantos sitios menos pensado en la isla de Cuba. Ese es tema para los estudiosos de su vida y letras y no soy uno de ellos, simplemente me he enfocado en la parte más humana que determinó eso que alguna vez sintió por este país. Me refiero a las conversaciones que seguramente tuvo en el Floridita o en la Bodeguita del Medio mientras se tomaba un trago en compañía de gente común y callejera; a sus pesquerías en el Pilar que derivaron en esa promesa mutua con su patrón al que le dejaría el barco como herencia. Imagino aquellas jornadas de patrullaje con cubanos veteranos de la misma trinchera española cazando submarinos nazis, comiendo cangrejos en los cayos, tostándose al sol, buscando un monstruo enemigo sumergido apiñados en una cáscara de nuez. Cuántas tardes pasaría en Las Terrazas de Cojímar, moviéndose entre lugareños, vestido como alguien de otro lugar pero sintiendo quizás que hubiese querido ser uno de ellos. Pienso en los pescadores con los cuales compartió panes y peces, que lo inspiraron a su obra ganadora del Pulitzer y a quienes donara el oro de su premio poniéndolo a los pies de la Virgen del Cobre. Ellos después encargarían en bronce un monumento que está allí, junto al mar. Fue ese el primer homenaje póstumo que tuvo en todo el mundo, lo hicieron con el dinero que pudieron recoger entre ellos mismos y se cuenta incluso que algunos donaron sus anclas para que fuesen fundidas. Esos mismo humildes que no tenían nada más que llevarle en su reencuentro que la enseña nacional, aquella que besó reverencialmente para luego hacer alarde de dignidad y consecuencia en sus principios. Aquella gente que supongo en mayoría analfabetos deben haber sabido que era un escritor famoso pero no mucho más porque no podían leerlo. Si era un amigo querido, no era porque fueran víctima de la admiración al artista fabuloso, sino porque entre la gente de Cojímar y él habían otros lazos de amor más sinceros y menos pomposos forjados en el día a día.
Hemingway tuvo otras propiedades, pero su casa está en Finca Vigía, San Francisco de Paula, Cuba. Él no vivió en otro lugar.